Este año, desde Manos Unidas iniciamos un periodo de cinco años en el que renovamos nuestro compromiso de seguir luchando por la dignidad de todas las personas, liberar a la humanidad de la pobreza, del hambre y de la desigualdad.
Supone seguir removiendo las causas estructurales de la pobreza y del hambre: la explotación socio-económica, la exclusión social, el clima de violencia, la vulneración de derechos humanos, el deterioro del medioambiente y, sobre todo, la perpetuación de la desigualdad. Por tanto, no se trata solamente de reducir la pobreza y el hambre o de mejorar la calidad de la educación o del medioambiente, sino de apostar decididamente por la eliminación de las diferencias que atentan contra la vida digna de millones de seres humanos, promoviendo sociedades más justas y pacíficas.
FRENAR LA DESIGUALDAD ESTÁ EN TUS MANOS
Este año nos proponemos plantarle cara a la desigualdad desde ámbitos concretos muy significativos en las comunidades del Sur:
- Pobreza y hambre: Las economías de la mayoría de los países del Sur donde están nuestros socios locales están diseñadas fundamentalmente como fuentes de materias primas baratas, reserva de mano de obra no siempre bien pagada y potencial mercado de bienes y servicios del Norte.
- Trabajo decente: esta desigualdad está especialmente presente entre sectores de la actividad económica de la mayoría de las comunidades pobres y vulnerables del Sur: el sector agrícola asalariado, el sector hidrocarburo-extractivo y el sector textil mediante trabajos precarios, con subempleo, desempleo o empleo informal, que supone ingresos irrisorios que no permiten a las familias una vida digna, según la Organización Internacional del Trabajo.
- Pequeños agricultores: la caída abusiva de los precios de los productos [exportados] cultivados y la invasión de productos [subvencionados] del Norte con los que no pueden competir son dos problemas constantes en la agricultura familiar del Sur; a parte, el escaso acceso a la tierra, la ausencia de infraestructuras, servicios públicos, derechos sociales o políticos, la debilidad de las políticas públicas o la imposición de ciertas normas sociales, sobre todo para las mujeres, hace que sea complejo el desarrollo agrícola.
- La mujer, igualdad de género: a pesar de que el empleo femenino ha crecido de forma más acelerada que el masculino (por razones socio-económicas, personales o de supervivencia), la mujer se sigue enfrentando a graves desigualdades, especialmente en el Sur: mayor dificultad de acceso al empleo, desprotección social y trabajos no remunerados ni reconocidos. A parte, son el último escalafón en la cadena alimenticia familiar priorizando a los hijos y resto de la familia (la anemia afecta a un tercio de las mujeres en edad reproductiva en el mundo (más de 500 millones) y a la mitad en Asia central y meridional).
- Derecho a la educación y salud: Tan importante para las comunidades del Sur son las dotaciones en infraestructuras, equipamientos y personal sanitario como la propia capacidad económica de los más vulnerables para acceder a los servicios de salud. Y la educación, en general, no es pública/gratuita en el Sur: exige una aportación económica que no es prioritaria en las familias.
LA MIRADA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Los principios de nuestra doctrina social de Iglesia (dignidad humana, destino universal de los bienes, bien común, opción por los pobres, solidaridad, subsidiariedad, la participación o la justicia social) nos ayudan a entender y juzgar la realidad de la desigualdad como contraria al ser humano y justifican nuestro compromiso contra esta lacra, especialmente la salarial.
También lo vemos en el Antiguo Testamento: «Pagadle su jornal el mismo día, antes de ponerse el sol, porque es pobre y necesita ese dinero para vivir. De otra manera, clamará contra vosotros al Señor y seréis culpables de pecado.» (Dt 24,15). Y en encíclicas como en Laborem exercens, del papa Juan Pablo II: “…precisamente el salario justo se convierta en todo caso en la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcionamiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente importante y es en cierto sentido la verificación-clave”.
No hay razón para la desesperanza. La denuncia de la acumulación de una minoría privilegiada debe ser compatible con una invitación a renunciar a estilos de vida no generalizables, insostenibles e insolidarios que acaban impidiendo que “el pan abunde en la mesa de la humanidad” (Pablo VI, en su visita a la organización de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965).
Como cristianos, debemos trabajar para eliminar estas desigualdades y promover una sociedad más justa, viendo en cada uno de los necesitados el rostro de Cristo: está en nuestras manos. Desde le delegación diocesana de Manos Unidas animamos a colaborar en la construcción de este nuevo mundo, a través de las colectas de la campaña parroquiales, como socio de nuestra organización o como voluntario diocesano en tu localidad/parroquia (muy necesario e imprescindible para seguir llevando tanta esperanza y cambio a los lugares más pobres del planeta).
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país… Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad. (Francisco. Fratelli Tutti, no 107).
Artículo de Por Aurora Garrote Armero, presidente-delegada diocesana