San Julián, un hombre bueno

San Julián Obispo de Cuenca
Palomino, Juan Bernabé (1692-1777)

"Yo Julián, Obispo por la Gracia de Dios"
San Julián fue el segundo obispo de la Diócesis de Cuenca, a cuyo frente estuvo diez años, sucediendo a D. Juan Yáñez. Los escritos conservados se refieren a él como un hombre santo, elegido por Dios desde el seno materno (como los profetas).
Fue un verdadero padre para los pobres, que ayudó, con su dinero y con su trabajo, las necesidades de los menesterosos, de las viudas y de los huérfanos. Empleó los réditos de su iglesia tanto en ayudar a los míseros como en instaurar y ordenar los templos; contentándose, para vivir con poco sustento que procuraba con sus propias manos. Era asiduo en la oración, con cuya fuerza, ardiendo en paterna caridad, consiguió de Dios muchas y grandes cosas a favor de su pueblo
Lectura V del Oficio de Maitines
San Julián respondía originalmente al nombre de Julián Ben Tauro (que significa Julián hijo de Tauro). Su apellido denota su ascendencia mozárabe –es decir, cristianos que vivían en reinos musulmanes, por tanto, en una situación muy especial-. Distintos escritos afirman que nació en Burgos, hijo de honrados y piadosos padres. Su nacimiento estuvo acompañado de determinadas señales que daban a entender lo que sería su santidad y su dignidad episcopal, como su belleza al nacer, que a todos causaba admiración, o la aparición en su bautismo de un joven ornado de las insignias episcopales de mitra y báculo, el cual manifestó a los presentes que debían imponer al niño el nombre de Julián.

Julián realizó sus estudios superiores en la Universidad de Palencia, de la cual fue, a continuación, catedrático. Hacia 1162, coincidiendo con la muerte de su madre, se entregó directamente al trato con Dios a partir de un retiro en la Vega de la Semella, junto al río Arlanzón, en Burgos, donde encontraría suficiente tranquilidad para entregarse por completo a una vida de fe ejemplar.
Muchos biógrafos exponen las correrías apostólicas de San Julián por toda España una vez abandonado el retiro de la Semella. Tanto los reinos cristianos del Norte como las tierras musulmanas fueron testigos de su celo por la salvación de todos, y de sus afanes por reavivar o hacer nacer la fe de Cristo en todos los lugares que iba recorriendo como predicador ambulante. Por su labor como misionero, creció su fama hasta el punto de llegar a conocimiento del arzobispo de Toledo, que ofreció a San Julíán cubrir la vacante del arcediano de Calatrava. De férreos principios, el arzobispo tuvo que vencer la resistencia de San Julián para que aceptase el nombramiento.
San Julián se hizo cargo de la Diócesis de Cuenca en 1198. En 1201 dio un estatuto al cabildo de Cuenca, que fue acompañado posteriormente de la donación de bienes para que los canónigos pudieran acudir mejor a sus necesidades. Entre otros logros, promovió la firma de acuerdos entre el Cabildo y el Concejo de la ciudad para regular las relaciones entre los familiares o criados del cabildo y los ciudadanos de Cuenca, así como entre el mismo cabildo y los clérigos de la ciudad y sus aldeas, tratando de suavizar el poder que los canónigos ejercían sobre estos.
San Julián se ejercitaba, en sus ratos de soledad, en los trabajos manuales, principalmente en el trenzado del mimbre y la fabricación de cestillas, un producto cuya venta aumentaba las rentas del obispado, las cuales se empleaban mayoritariamente en la manutención de los pobres.
Según los antiguos Obituarios del obispado de Cuenca, la muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el día 20 de enero de 1208 -según la tradición, a la edad de 80 años-, pero su fiesta, celebrada durante siglos en Cuenca y en los demás lugares en los que se le tiene un culto especial, se fijó el 28 del mismo mes, probablemente por conveniencias litúrgico-pastorales. En memoria a San Julián y como homenaje a su caridad , el Cabildo instituyó, a principios del siglo XV, la llamada Arca de San Julián o de la Limosna, que se convirtió en una institución benéfica para atender las necesidades más perentorias de los desheredados.
Nuestra Señora de las Angustias
"¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor como mi dolor!"
Lamentaciones 1, 12

Fueron San Anselmo y San Bernardo en el siglo XI unos de los primeros impulsores de la devoción mariana que venera su sentido llanto al pie de la cruz, después, Servitas y Franciscanos la extendieron por toda la cristiandad.
Siglos de fervor traducidos en plegarias constantes. Historia de amor, de dolor, de esperanza, de gratitud y de alegría escrita, día a día, en la sencilla página del santuario con el rezo y las lágrimas. Fervor, amor e historia ofrendados a esta imagen de las Angustias, tenida por Patrona de la Diócesis y coronada por los pueblos
(Martín Álvarez Chirveches, Nuestra Señora de las Angustias, 1960)
Muy larga es la historia de la devoción conquense a la Virgen de las Angustias. Al parecer, en el siglo XIV existía ya una pequeña ermita en la ciudad de Cuenca, junto al río Júcar, que era visitada por los fieles para elevar sus oraciones ante la imagen de María al píe de la cruz. Un siglo después, se introduce en el mundo cristiano la representación plástica de la Virgen presa del dolor, ante la contemplación del Hijo muerto en su regazo. Debemos pensar que en este momento también en nuestra ermita se adoptó esta iconografía. De esta época se conserva un altorelieve en piedra caliza de pequeñas dimensiones que se sitúa sobre la dovela central en la portada de la ermita, representando el llanto de la Virgen Madre ante el cuerpo muerto de su Hijo puesto sobre sus rodillas.
En la segunda mitad del siglo XVI este paraje de la ermita fue el escogido por los Franciscanos descalzos, a su llegada a Cuenca, para la ubicación de su convento. La ermita de las Angustias quedó entonces enclavada en la huerta del convento.
"…y mientras llanto tuyo tu rostro empañe, habrá llanto en tu ermita que te acompañe."
Himno a la Virgen de las Angustias. Julián Peña

Los devotos que acuden en tal número que se hizo necesario mejorar el acceso desde la Puerta de san Juan y la construcción de un puente sobre el río Júcar. Poco después se impone el edificar una nueva ermita más amplia y separada del Convento franciscano. En el último trecho del siglo XVII quedó erigida la iglesia actual bajo la dirección del arquitecto José Martín de Aldehuela, y en fecha indeterminada, bien el 15 de agosto o el 8 de diciembre, entre 1664 a 1668, se instaló en su interior la talla de la Virgen de las Angustias. De nuevo para seguir facilitando el acceso de los devotos, el mismo arquitecto diseñó un costoso trabajo de explanación y se horadó el muro de roca que permite el acceso desde la parte alta de la ciudad.
También en este momento se debió renovar la imagen de la Virgen de las Angustias al gusto de la época. Si bien la talla era de factura anónima, algunos la atribuían a Salvador Carmona y habría sido realizada por encargo de José Carvajal y Lancaster y Alfonso Clemente de Aróstegui. Fue destruida en 1936 durante la contienda civil.
Después, de aquellas cenizas resurgiría con nueva fuerza la devoción a la Madre de las Angustias. El 19 de marzo de 1944, D. Inocencio Rodríguez Díez, obispo de Cuenca, bendijo la nueva imagen adquirida por suscripción popular en los talleres de José Rabasa y que probablemente tallara el valenciano Enrique Galarza Moreno. En 1955 se inauguró el nuevo retablo obra de Apolonio Pérez y Cecilio Hidalgo, según proyecto del escultor Luis Marco Pérez.
En junio de 1955 el Obispo pedía a Roma la coronación canónica de la imagen de la Virgen de las Angustias, y fue concedida por Breve pontificio el 6 de septiembre de ese mismo año. Desde ese momento comenzó la preparación de esa celebración que se prolongó durante casi dos años. El cardenal Pedro Segura, arzobispo de Sevilla, muy devoto de la Virgen de las Angustias, insistió en que la corona fuera obra del orfebre sevillano Fernando Marmolejo. Esta corona se elaboró con plata, oro, brillantes, diamantes, turquesas, zafiros y esmeraldas, en buena parte donación de infinidad de devotos. El artista propuso que en ella se integraran sin desmontar las joyas más notables para que siempre pudiesen ser identificadas, una de ellas es la cruz que remata la corona, pectoral donado por el Cardenal Segura.

También para esta ocasión se convocó un concurso para elegir un himno de la Coronación, resultó elegido el compuesto por dos alumnos del Seminario de los Padres Paules, Domingo Mendía y Fernando Delgado, el primero, autor de la música y el segundo, autor del texto:
Oh, Virgen de las Angustias, rosa que hirió la aflicción, triste Madre dolorida que miras ya muerto a Dios; a ti, de lágrimas llena, siempre unida a tu dolor, Cuenca entera te consagra, rosa, rosa, el corazón.
Ya que fueron los pecados siete espadas de dolor, las perlas de esta corona lágrimas de pena son.
El 31 de mayo de 1957 fue coronada canónicamente la imagen de la Virgen de las Angustias por el entonces nuncio de su Santidad en España, Mons. Hildebrando Antoniutti. A esta coronación acudieron un sin fin de pueblos de toda la Diócesis acompañados de las imágenes de sus patrones, calculándose que participaron unas doscientas mil personas. Este acontecimiento vino a reavivar la devoción de siglos los conquenses han tenido a la Madre de Dios.
Aunque la Virgen de las Angustias era tenida ya por patrona de la Diócesis, este patrocinio fue declarado solemnemente por bula de Juan XXIII en 1962.
“El papa Juan XXIII para perpetua memoria del hecho
Traspasada por una espada de agudos dolores, como le había anunciado Simeón pocos días después del parto virginal, la Santísima Virgen María […] se encuentran muchos lugares en los que ella, venerada con el ilustre nombre de Patrona principal, […] como Nos ha manifestado hace poco a través de su carta el venerable hermano Inocencio Rodríguez Díez, así ocurre en la Diócesis de Cuenca, donde los fieles honran con gran entusiasmo y con ánimo sincero a esta Virgen, llamada en español «Nuestra Señora de las Angustias», y pidiendo a Nos el mismo obispo que fuese confirmado su celestial patronazgo sobre toda la Diócesis expresado por decreto de la Sede Apostólica, […], en virtud de estas Letras y para siempre, constituimos y declaramos a la Santísima Virgen María de las Angustias, comúnmente llamada «Nuestra Señora de las Angustias», Patrona celestial ante Dios igualmente principal de la Diócesis de Cuenca, juntamente con San Julián, segundo obispo de la misma Diócesis, con todos los derechos y privilegios que litúrgicamente tienen los patrones de los lugares. […] Dado en Roma, junto a san Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 13 del mes de abril del año 1962, cuarto de nuestro pontificado.
Esta es en grandes líneas la historia de la devoción a Nuestra Señora de las Angustias, Madre querida de esta Iglesia particular de Cuenca, que nunca deja de ser visitada e invocada por sus fieles en su santuario en las orillas del Júcar. En palabras del poeta conquense Federico Muelas:
La Virgen de las Angustias es, sencillamente la devoción […] a ella se va para hablarle más que para rezarle, para contarle más que para decirle […] su ermita está escondida entre las rocas, custodiada por raros gigantes de piedra, colosales centinelas embozados en yedras milenarias
(Cuenca. Tierra de sorpresas y encantamientos)
