Carta semanal del Sr. Obispo: «Para un cristiano, en efecto, su amor al prójimo está enraizado en el amor a Dios, es inseparable de él».

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Queridos diocesanos:

Aunque fueron pronunciadas hace muchos siglos por un conocido filósofo griego, la sentencia: “el hombre es la medida de todas las cosas”, se escucha con frecuencia también en nuestros días como resumen del pensamiento relativista que se encuentra incómodo con la verdad. No es raro encontrar personas, incluso cristianas, que aplican a la Iglesia la citada sentencia: se construyen una Iglesia a su medida, sin preguntarse si existe o no una Iglesia que haya sido ya pensada y realizada de manera definitiva. Se saben miembros de ella, pero no experimentan empacho alguno en hacer de su capa un sayo imaginándola a su gusto y capricho.

Sucede que las palabras del Concilio sobre la Iglesia definiéndola como “sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” o bien como “el reino de Cristo presente actualmente en el misterio”, o aquellas otras que la presentan como “espacio de la presencia real de Dios en el mundo, resultan excesivamente misteriosas; se las deja de lado y se acomoda su realidad a definiciones más a la mano, más de tejas a bajo, diríamos.

Así, no raramente ocurre que ya no se contempla a la Iglesia con una mirada de fe, se desvirtúa su naturaleza, se rebaja a mera institución humana y se seculariza, pierde valor cuando se la hace “excesivamente humana”, comprensible y “manejable”. Termina siendo vista como un  poder (¿) fáctico, una organización no gubernativa que agota su eficacia en un servicio más o menos valioso y eficaz encaminado a resolver problemas relacionados con la alimentación, la vivienda, la educación, la salud, etc.

Es claro que la Iglesia no puede ni debe desentenderse del tremendo flagelo de la pobreza en el mundo en sus múltiples modalidades. Pero el horizonte de sus preocupaciones no debe ni puede  tampoco “reducirse”, haciendo que pasen a segundo plano las necesidades “espirituales” de los hombres, tan humanas y urgentes, si no más, que las “materiales”. Por otro lado, la Iglesia tiene un modo peculiar de ocuparse de estas últimas. Para un cristiano, en efecto, su amor al prójimo está enraizado en el amor a Dios, es inseparable de él. Ya desde sus comienzos, la Iglesia tuvo clara conciencia de que la “comunión” es un elemento básico, fundamental, de su ser y de su definición; la “comunión” o el amor  que se resiste a que en la comunidad cristiana haya personas a quienes falte lo necesario para llevar una vida decorosa. El ejercicio de la caridad, afirma Benedicto XVI en Deus caritas est, es para la Iglesia “uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los sacramentos y el anuncio de la Palabra (…). La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra».

Me venían a la cabeza esas ideas al leer la Memoria Anual de las Actividades de la Iglesia Católica correspondiente al año 2018. Si es cierto que no se debe alardear o presumir del bien hecho, también lo es que resulta oportuno dar a conocer, con verdad y sencillez, la actividad que la Iglesia realiza con los más necesitados. A más de uno sorprenderá la variedad de campos de los que se ocupa la Iglesia en beneficio de los más necesitados. La Iglesia española cuenta, por ejemplo, con más de 9.000 centros sociales y asistenciales en los que, en el año 2018, se atendieron más de cuatro millones de personas: acudieron a ellos para mitigar su pobreza, para la atención a menores, para ser asistidos como emigrantes, o recibir ayuda para la promoción de la mujer. Las cifras no permiten hacerse exactamente cargo de la extensión de labor realizada, pero no dejan por eso de impresionarnos: unos 135.000 fueron los inmigrantes que recibieron algún tipo de ayuda; más de 175.000 los enfermos atendidos por unos 20.000 voluntarios; numerosos programas de atención que llegaron a más de 21.000 reclusos; miles de personas mayores que encontraron afecto y cuidados en las residencias. Junto a esta labor asistencial, se encuentra otros servicios, menos clamorosos, como los que se prestan diariamente a millones de fieles cristianos y que son difícilmente “contables”. La caridad, como se ve, no es sólo una bella palabra que inspira buenos sentimientos: la caridad es también eficaz y rica de obras en favor de los demás.

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