Queridos diocesanos:
Es oportuno que ya desde el inicio de estos comentarios a la Exhortación Apostólica del Papa León XIV Dilexi te, sobre el amor hacia los pobres y sobre la importancia del ejercicio de la caridad en la vida del cristiano, advirtamos que el rostro de la pobreza ha cambiado. Hoy, dice el Papa, las formas de la pobreza son cada vez más y más variadas: junto a las más conocidas, como la pobreza de quienes carecen de agua o alimento, o la de los que padecen una grave malnutrición y la del que carece de un techo bajo el que cobijarse, está la de “los que no tienen medios de sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una situación de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad” (n. 9). No olvida el Papa la pobreza, hoy tan extendida, de las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia y que no tienen modo de defender sus derechos (cfr. n. 12).
Advierte también el Santo Padre y recuerda a todos, que los pobres no lo son “por casualidad o por un ciego y amargo destino”; ni mucho menos, como fruto de una elección personal. Afirmar algo semejante demostraría, afirma, “ceguera y crueldad”. Habrá quien diga que hay pobres que lo son porque no quieren trabajar, pero sería injusto y vejatorio hacer extensiva esa afirmación a todas las personas que en el mundo sufren pobreza.
Hay que destacar que el asunto tratado en el documento es de la máxima importancia para el Pontífice. En efecto, desde el principio subraya con fuerza que cuando hablamos del “ejercicio de la caridad” estamos tocando el “núcleo incandescente de la misión eclesial” (n. 15); olvidarlo, despreciarlo o ridiculizarlo como si se tratase de una fijación enfermiza o de la manía de algunos, significaría correr el riesgo de sustituir el Evangelio con la mentalidad mundana (cfr. ibidem). Estas palabras del Papa son demasiado fuertes como para echarlas en saco roto y no hacer de ellas objeto de un detenido examen de conciencia personal y eclesial.
No es difícil comprender la razón de la importancia que el Papa reclama para el “ejercicio de la caridad”. A lo largo de la Exhortación, en efecto, León XIV repite una y otra vez, de modos diversos, que el horizonte en el que nos movemos al tratar de este asunto no es “el de la beneficencia, sino el de la Revelación” (n. 5). Entre otros muchos textos, lo ponen de manifiesto las palabras del Evangelio de San Mateo: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25, 40; y lo confirma el hecho de poner en estrecha relación otros dos textos de San Mateo, uno referido a los pobres: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros” (26, 11), y el otro al mismo Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días” (28, 20) (cfr. ibídem), identificando así al Señor con los pobres.
El Papa, como hizo Francisco, señala como “camino de santificación” el del reconocimiento de “la fuerte conexión que existe entre el amor de Dios y su llamada a acercarnos a los pobres”, pues “en la llamada a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse” (n. 3).
Un cordial saludo para todos, con mi bendición.
