Homilía del Sr. Obispo en las Fiestas Patronales en honor a la Virgen del Espíritu Santo de Valverde de Júcar

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Queridos valverdeños:
Dos son los motivos que no congregan en el día de hoy. Uno es de carácter civil, pues celebramos los 700 años des que Valverde se honra con el título de Villa. Los aficionado a la historia recordarán que, en la época de la creciente grandeza de Roma, la villa era un explotación agraria, con una mansión que habitaba el Dominus, el Señor, el dueño, habitualmente una persona de relieve en la sociedad, generalmente un patricio, miembro del senado que gobernaba la ciudad y sus crecientes posesiones en Italia y fuera; más tarde serían las gentes enriquecidas con sus negocios las que construirían sus villas, lugares más saludables que las viviendas romanas. Rodeaban la mansión otros edificios que servían a diversas funciones, las habitaciones humildes de los que cultivaban las tierras o ejercían algún oficio para el buen funcionamiento de la hacienda. Con el pasar del tiempo, villa se llamó a las poblaciones que habían logrado una cierta autonomía de funcionamiento con respecto a otras localidades más poderosas de la comarca; eran regidas por jueces que administraban justicia. El título de villa era un privilegio el rey concedía a una localidad, y su concesión podía obedecer a diversos motivos.
Un agrupamiento de personas, se trate de una pedanía, de un pueblo, una villa o ciudad se caracteriza y se constituye por unos vínculos comunes. Si los vínculos son pocos o débiles, la población es poco más que un conglomerado de casas habitadas por un grupo más o menos numeroso de personas, pero eso no basta para poder hablar propiamente un pueblo. Un ejército reúne muchas gentes, pero tampoco es un pueblo. No lo es tampoco un estadio de fútbol por muy grande que sea su aforo. Un pueblo lo constituye, lo forma y le da su peculiaridad su particular historia, una historia no de una u otra persona, sino del pueblo como tal; le dan vida propia sus devociones, tradiciones, también la fe común, los acontecimientos en los que ha intervenido el pueblo, los vínculos familiares…
Vínculos comunes, unión, por tanto. Las divisiones, enfrentamientos, odios, envidias, incomprensiones mutuas, que se imponen a los motivos de unión y los sofocan hacen que un pueblo pierda cohesión, que sea menos pueblo; y la falta de vínculos, de comunión, puede terminar por llevar al distanciamiento y segregación de una parte. La Patrona de un pueblo, la madre común es un vínculo clarísimo de unión, como la madre lo es en una familia. Mientras vive, la familia subsiste, aunque los hijos hayan formado otras familias. Cuando falta la madre, las familias de los hijos se independizan en cierto modo unas de otras Hoy pedimos a la Virgen que ejerza siempre de madre con sus hijos de Valverde de Júcar.
El segundo motivo que nos reúne en esta fiesta de la Virgen es el hecho de declarar a vuestra patrona, la Virgen del Espíritu Santo, alcaldesa de honor de todos los valverdeños. Es bella la advocación con que honráis a María: Virgen del Espíritu Santo. Con razón, porque el Espíritu la cubrió con su sombra, es decir, actuó en ella de manera muy especial. Recordamos la la sombra que ocultó a Dios en el monte Sinaí, que protegió al pueblo de Israel en su marcha por el desierto, que veló a Jesús en el Tabor donde hablaba con Moisés y Elías, escondiéndolo a la vista Pedro, Santiago y Juan.
Con su poder hizo que María fuera Madre de Dios, como hizo fecunda a su prima santa Isabel en su ancianidad. María, siendo Virgen, siempre Virgen, concibió y dio a luz a Jesús. Lo imposible para los hombres es posible para Dios. Crea de la nada cielo y tierra, nos da su vida divina, resucita muertos, ¿y no va hacer posible que su madre sea virgen al mismo tiempo? El poder de Dios, el amor de Dios, el Espíritu Santo obró el milagro. Lo confesamos con alegría grande, con orgullo de hijos y lo proclamamos en el Credo: “Nació de Santa María Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo”. En familia no hay envidias. Los hijos pequeños se sienten orgullosos de sus padres, estos de sus hijos, los hermanos de sus hermanos. Nosotros de la Madre común.
¡Alcaldesa de honor! Lo suele significar el bastón de mando que se pone en sus manos. Pero, ¿qué quiere decir que le damos figuradamente el mando? Os lo pregunto a vosotros, valverdeños: no cobra impuesto, no pone multas, no es jefe de una nación, no rige un imperio económico, no es una gran intelectual.
¿Alcaldesa honor? ¿Solo honorífica? No. Quisiera que fuera alcaldesa real. Particular sí, pero real. Ella quiere que seáis buenos cristianos, Gente honrada, que se comprende y se aprecia, que se quiere, que cuida de los más necesitados; un pueblo de gente justa, que ama a Dios, que respeta lo que es de todos y lo de cada uno, que cuida de sus mayores, que santifica sus fiestas, que no se miente, que honra su propio cuerpo y el de los demás, que es libre, no esclavas de sus pasiones y caprichos.
Alcaldesa de honor, a la que hoy veneramos y queremos obedecer cuando nos dice una vez más: Id a Jesús, escuchadle. Que así sea.

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