Homilía de Monseñor Yanguas en el 25 Aniversario de la Coronación de la Virgen de Magaceda patrona Villamayor de Santiago

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La Diócesis de Cuenca vivió el domingo 5 de mayo, coincidiendo con el día de la madre, un día histórico. El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, asistió al 25 Aniversario de la Coronación de la Virgen de Magaceda patrona de Villamayor de Santiago. La ceremonia contó con la participación de todas las Hermandades del pueblo y estandartes e imágenes de los pueblos de alrededor.

DOMINGO VI DE PASCUA. HOMILÍA DEL SR. OBISPO:

Queridos Hermanos:

En este domingo VI del tiempo de Pascua, celebramos el xxv aniversario de la coronación de la Virgen de Magaceda, a la que veneráis con particular devoción en esta comunidad parroquial de Villamayor de Santiago. Que la solemne celebración de esta Eucaristía avive en todos el amor a la Madre de Dios y el deseo de imitarla en la fidelidad con que obedeció los designios de Dios Nuestro Señor sobre ella. Es bueno recordar con frecuencia que la vida santa de María fue la de una persona siempre pendiente de la voluntad divina, pronta para cumplirla con extraordinaria fidelidad. Ella fue quien mejor imitó a su Hijo Jesús, quien no tuvo otro deseo que el de cumplir la voluntad del Padre. Buenos hijos de Dios, devotos auténticos de María son los hombres y mujeres que permanecen a la escucha de la Palabra de Dios que les revela su voluntad, su vocación, lo que Dios espera de ello. Hombres y mujeres que escuchan y cumplen su voluntad.

Tres breves comentarios a algunas de las verdades que descubrimos en las lecturas que acabamos de escuchar. La primera tomada de los Hechos delos Apóstoles es esta: La buena Nueva y la salvación es para judíos y gentiles, para todos sin excepción. Nos salvamos todos no por la obediencia a la ley de Moisés, sino por la fe gracias a la cual quedamos “incorporados” a Cristo: nos hacemos uno con Él y comenzamos a vivir su misma vida. Dios no hace acepción de personas: “sino que acepta, dice san Pedro, al que teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. El santo temor de Dios no es temor a Dios, tenerle miedo; el miedo es un movimiento por el que nos alejamos de un mal que nos amenaza. El santo temor de Dios es sencillamente la profunda reverencia y el respeto por un bien preciosísimo que es Dios. Tenemos miedo de perderlo, evitamos todo lo que nos lo puede robar. Como quien tiene miedo de perder, de que se le estropee, de que le roben algo de gran valor: lo cuida, lo protege, no juega con ello, no se expone a perderlo. Dios es el mayor bien que tenemos,  no lo queremos perder por nada y lo tratamos con enorme respeto. Y justo es el hombre que en todo se ajusta a la voluntad de Dios, aunque lo conozca imperfectamente; justo es el hombre que busca siempre hacer lo que considera justo y bueno.  Dios ama y salva al temeroso de Dios, al hombre justo.

El Evangelio que hemos leído inicia con unas palabras tan bellas como profundas y misteriosas: “Como el Padre me ha amado, dice Jesús, así os he amado yo”. Es una afirmación que enuncia una realidad que nos llena de asombro y de agradecimiento. No podemos siquiera imaginarla: Jesús nos ama como el Padre le ama a Él. Nos ama con amor infinitamente superior al que una madre tiene por sus hijos. Este amor es limitado, aunque sea muy grande; el de Jesucristo por nosotros es infinito, sin medida. Es algo que debe llenar de confianza, de optimismo, de alegría, nuestras vidas. Nadie se hubiera atrevido a pensar nunca que el amor de Jesucristo por cada uno, por cada persona, es infinito como el que Padre le tiene a Él. Y lo que nos pide el Señor es que permanezcamos en ese amor Que no lo olvidemos, que seamos conscientes de su grandeza y que nos dejemos invadir por él. Gocémonos en esta verdad: somos amigos, de Dios; podemos palpar su amistad considerando cómo ha dado la vida por cada uno de nosotros y por todos. Llenémonos de alegría, de una alegría grande, desbordante, que contagie la vida de familiares, amigos, colegas… Permanezcamos en ese amor. No permitamos que disminuya, no dejemos que se enfríe. ¿Cómo? Observando los mandamientos de Dios. “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”. Si queremos lo que Él quiere, si hacemos lo que Él hizo, si cumplimos su voluntad, entonces permaneceremos en su amor. Y ¿Cuál es su mandamiento, su voluntad? “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”. La meta es ciertamente altísima: amarnos como Él nos ama; y hemos dicho que Jesús nos ama como el Padre lo ama a Él. Esto es superior a nuestras fuerzas, está absolutamente por encima de ellas. ¿Cómo vamos a amar a los demás con la intensidad con que Dios ama a su Hijo, Dios como Él?

La respuesta a estas preguntas la encontramos en las palabras de la segunda lectura de la Misa de hoy. Dios, envió al mundo a su Unigénito, dice san Juan, para que vivamos por medio de Él. ¡Para que vivamos por medio de Él! Para que tengamos vida. Y la vida del Hijo Unigénito es el Espíritu Santo; el amor de Padre y del Hijo. De esa vida, de ese amor, participamos por la gracia. Hemos recibido el Espíritu Santo, y podemos amar con ese amor que hemos recibido.

Queridos hermanos: María que invocáis con el nombre de Virgen de Magaceda, es la llena de gracia, llena de la vida de Dios, de su amor; de Dios, por tanto. Llena de Dios, amó sobre todo cumplir su voluntad, identificarse con Él. Que eso es lo que hace siempre el amor: de dos voluntades distintas, el amor hace una sola. El que ama de verdad, a pesar de la propia debilidad, quiere cumplir la voluntad del ser amado con quien, de algún modo, forma una sola cosa.

Que la Virgen Santísima, maestra y modelo de vida cristiana, nos alcance de Dios Nuestro Señor en este 25º aniversario de su coronación en la advocación de Virgen de Magaceda, ser como ella: hombres y mujeres que cumplen la voluntad de Dios, que la hacen vida propia, para ser merecedores de la alabaza que Jesús mismo hizo a su madre: “Bienaventurados lo que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). Amén.

 

 

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