Queridos hermanos:
El pasado domingo, 18 de mayo, con una solemne celebración eucarística en la plaza de San Pedro, daba inicio el pontificado del Papa León XIV. Junto a las decenas y decenas de miles de fieles que participaron con gozo en la Santa Misa presidida por el Pontífice, más de 150 delegaciones oficiales de otros tantos países asistieron a la misma – entre ellos los reyes de España-, en un testimonio evidente del respeto e interés que suscita en todo el mundo la figura del Papa, cabeza visible de la Iglesia Católica.
En su homilía, León XIV, en continuidad con sus intervenciones en los días sucesivos a su elección, siguió trazando con mano segura las líneas fundamentales que a buen seguro seguirán su Magisterio y sus actos de gobierno en los próximos años.
El Papa tras recordar una vez más la figura de su predecesor el Papa Francisco, destacó cómo los Cardenales reunidos en Cónclave habían dejado en las manos de Dios la elección del nuevo Pontífice, que deseaban fuera “un pastor capaz de custodiar el patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”. Preservar el patrimonio de la fe para iluminar y dar respuesta desde ella a los grandes interrogantes de nuestro mundo.
Ese era el deseo de los Cardenales y, seguramente, era lo que deseaban también la gran mayoría de los fieles católicos, supieran o no decirlo con las palabras apropiadas. Y si entre ellos había un acuerdo generalizado, no lo había menos en saludar a un Papa que se presentaba, “con temor y temblor, como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con todos por la senda del amor de Dios que nos quiere a todos unidos en una única familia”.
León XIV repitió más adelante en su homilía estas mismas ideas. En las palabras de Jesús a Pedro en el momento en que confirió a este la misión de cuidar de todos sus discípulos, el Papa ha aprendido que “debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas”, sino que, por el contrario, “se le pide servir a la fe de sus hermanos”; y hacerlo “caminando junto con ellos”, presidiendo en la caridad, bien consciente de que “su verdadera autoridad es la caridad”.
El primer gran deseo del Papa es, pues, el de una Iglesia unida, una Iglesia que sea “signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Estas palabas del Papa nos están diciendo que la unidad en la fe y la comunión en el amor nos on una cuestión decisiva solo para la Iglesia, sino que son muy relevantes también para el mundo. Considero importante subrayarlo, porque hay quien piensa que el proceso secularizador en marcha va a reducir la influencia del cristianismo en la esfera pública hasta hacerlo completamente irrelevante. El Papa no participa en absoluto de este pensamiento. Juzga, por el contrario, que en este tiempo nuestro en el que “vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más débiles”, los cristianos debemos ser “levadura de unidad, de comunión y de fraternidad”. Y para ello hace la propuesta del amor de Cristo para formar su única familia. A este empeño el Papa convoca a todos, también a las Iglesias cristianas hermanas, a los que siguen otros caminos religiosos, a todos los que buscan a Dios, a todas las personas de buena voluntad, con el fin de “construir un nuevo mundo donde reine la paz”. Este es el gran futuro que debemos crear entre todos. Para lograrlo Cristo es la “Palabra” fundamental, decisiva.
¡Feliz domingo a todos!