Queridos diocesanos:
La llamada universal a la santidad constituye, como es sabido, una de las enseñanzas más importantes del Concilio Vaticano II. Se trata de una llamada dirigida a todos, cualquiera que sea su estado, profesión, cultura, lengua o nación. Nadie queda excluido de ella y nadie puede dispensarse de darle debida respuesta. De ahí que el lema de esta nueva edición del Día de la Iglesia Diocesana sea: “Tú también puedes ser santo”.
Dicha respuesta adopta formas distintas según las circunstancias vitales de cada persona. Pero tanto la llamada a la santidad, como la respuesta que esta pide, es sustancialmente la misma para todos: la llamada a la santidad está presente en el momento mismo que recibimos el Bautismo. La nueva Vida inaugurada en el Bautismo encierra en sí misma un dinamismo que, si no oponemos resistencia y cooperamos con ella, nos permite alcanzar la santidad. Así, el último Concilio Ecuménico ha proclamado con su voz particularmente autorizada y con precisiones de interés que: “todos los fieles, cristianos de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).
Meditando en este texto, el Papa Francisco nos exhortaba a ser conscientes de nuestro propio camino personal: “No se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso podría hasta alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros” (Francisco, Exhort. Apost. Gaudete et exultate, 10-11).
La vida de la multitud de amigos de Cristo que la Iglesia reconoce con el título de la santidad podría descorazonar a quien, habiendo iniciado con alegría el camino de la santidad, se encuentra en un aparente desierto de resultados, así como en una ausencia de hechos extraordinarios que certifiquen la autenticidad del camino. Este desconcierto se vence si prestamos acogida a las palabras que nos ha legado el Concilio: “cada uno por su camino”. La invitación por parte de Dios para cada uno es personalísima e irrepetible, sello de la autenticidad de la llamada de quien nos conoce como solo Él nos puede conocer. Y la respuesta de cada uno es conforme a cada matiz de la llamada personalísima de Dios, en la abundancia de formas de vida que la Iglesia ha ido certificando en el tiempo como respuestas válidas en cada ejemplo de santidad, pero siempre en la misma invitación bautismal.
La suma de las llamadas particulares conforma la riqueza de los carismas y de su actividad en nuestra vida diocesana. Los números que siguen no son frías estadísticas, sino el testimonio de iniciativas y de una vida compartida que habla de los esfuerzos por escuchar y responder a la llamada divina. Os animo a acogerlos con esta perspectiva.
Con mi bendición,
JOSÉ MARÍA YANGUAS SANZ
Obispo de Cuenca




