Beato Cruz Laplana

BIOGRAFÍA [1]

En los Pirineos aragoneses, en la provincia de Huesca y entre los valles de Benasque y de Bielsa se encuentra el  de Gistaín. En este maravilloso paraje natural está situado Plan, pequeño pueblo Oscense donde nació, el tres de mayo de 1875, Cruz de Jesús Laplana y Laguna quien, con el tiempo, sería obispo mártir de Cuenca y Beato desde el 28 de octubre de 2007.

Familia

Los padres de futuro obispo de Cuenca pertenecían al linaje de la antigua nobleza pirenaica de Aragón y de Cataluña.

El matrimonio entre D. Alonso Laplana y de Rins, natural de Plan (Provincia de Aragón) y Dña. Josefa Laguna Fumanal se celebró en Gistaín, lugar de nacimiento de la esposa, el 4 de marzo de 1867.

Era en Plan done D. Alonso poseía no sólo una noble casa del s. XVI sino fincas y campos que hacían que la familia tuviera un patrimonio notable.

De la unión de ambos nacieron diez hijos de los cuales sólo cuatro llegaron a la mayoría de edad: Manuel, el heredero, D. Cruz de Jesús, Plácido y Ascensión.

D. Cruz vio la luz en Plan (Provincia de Huesca y diócesis de Barbastro) a las tres de la mañana del día 3 de mayo de 1875, siendo bautizado el mismo día en la parroquia de San Esteban, protomártir.

No se conserva sin embargo su partida de bautismo en su parroquia natal, destruida junto con el resto del archivo parroquial en 1938.

D. Alonso, el padre, se ocupaba de atender sus negocios. Era conocido como un hombre afable, tranquilo y jovial, pero también caritativo y devoto. Dña. Josefa, la madre, se ocupaba de las laboras de casa y de la educación de los hijos; con un carácter enérgico y abierto, muy religiosa y profundamente caritativa que atendía con actitud cristiana a los necesitados.

El pequeño D. Cruz era vivaz y emprendedor, pero a la vez afectuoso, respetuoso y obediente con sus familiares; diligente en los estudios, disponible, equilibrado, justo, leal, distinguiéndose entre los demás por su religiosidad.

En el Colegio de Huesca (1885-1886)

En otoño de 1885 D. Alonso Laplana inscribe a su hijo como alumno interno del Colegio de los Padres Escolapios de Huesca. Al llegar al Colegio le dijo al director: “Aquí le traigo un diablillo”. El director del Colegio escribió dos meses después a D. Alonso diciéndole: “Me dijo usted que traía un diablillo; pero en verdad nos trajo Ud. un ángel, que es el modelo del Colegio”.

En el Colegio D. Cruz destacó por su aplicación, no sólo en la disciplina sino también en la devoción.

No será hasta el verano de 1886, teniendo once años años, cuando el joven Cruz expresa su deseo de ingresar en el Seminario. Esta iniciativa provocó la reacción negativa de sus padres, de manera particular de su madre, que prefería para su hijo una brillante carrera en la vida civil. Sin embargo y a pesar de la inicial oposición de sus padres D. Cruz logró convencerlos de la nobleza y seriedad de sus propósitos. D. Cruz quería ser sacerdote.

Qué altura de miras para tan sólo un niño. No debía desconocer la vida de entrega y abnegada que suponía, no ya sólo el seminario, sino una vida de sacerdote. No puede verse sino la mano de Dios obrando ya en un alma escogida para él.

La primera oposición de sus padres quedó superada ante la vocación de su hijo.

El seminario de Barbastro (1886-1898)

D. Cruz tenía once años al ingresar en el seminario de Barbastro. El mejor biógrafo de D. Cruz, D. Sebastián Cirac, nos describe así un niño que tiene ya alma de sacerdote: “En el seminario practicaba, tanto en el estudio como en la piedad, el principio que había comenzado a practicar en el Valle, y que después practicaría siempre y aconsejaría a los demás: “Cuando se hace una cosas, hay que pensar sólo en ella y hacerla perfectamente, sin otras preocupaciones” (…) La dulzura y la templanza de Cruz alcanzaron un grado muy elevado de perfección durante sus estudios en el Seminario de Barbastro. Durante sus estudios en el Seminario, los móviles que le impelían hacia el Sacerdocio fueron los mismos que suscitaron su vocación: la gloria de Dios y la salvación de su alma y de otras almas.”

D. Sebastián, recogidos testimonios de familiares y compañeros del seminario, describe así su figura: “cordialidad con todos, ejemplaridad, piedad profunda y aprovechamiento total del tiempo. Le tenían en suma estimación y aprecio, y como el colegial más ejemplar del seminario”

Era tan así, como nos describe D. Sebastián, que en su casa le llamaban “el San Francisco de Sales”.

Ordenación Sacerdotal y estudios en la Pontificia Universidad de Zaragoza (1898.1902). Superior del Seminario y docente universitario (1900-1912).

Fue ordenado sacerdote un 24 de septiembre de 1898, fiesta de la Virgen de la Merced, y fue a celebrar su primera misa en Zaragoza en honor de la Virgen del Pilar.

Después de ser ordenado sacerdote fue mandado a Zaragoza para proseguir sus estudios. Comenzó Derecho canónico en la Universidad Pontificia de Zaragoza. El 29 de septiembre de 1900 fue nombrado profesor auxiliar de dicha Universidad y formador del seminario de San Carlos. Poco después de doctorarse se le nombró profesor ordinario, oficios a los que se dedicó con alma y cuerpo “con una dedicación total y con un espíritu sobrenatural sin mezcla de ningún otro sentimiento ajeno al carácter sacerdotal”.

Actividad pastoral en Caspe (1912-1916)

D. Sebastián Cirac nos describe así estos momentos: “Cuando recibió el nombramiento de Eónomo de Caspe vio truncada su vida, que él creía destinada a formar sacerdotes como Superior y a enseñarles en el Seminario. Por eso, dicho nombramiento perturbó de alguna manera sus pensamientos y sentimientos, y sus familiares le incitaban a buscar recomendaciones para evitar la interrupción de sus laboras de Seminario y las dificultades de la vida parroquial, a lo cual no se había dedicado más que secundariamente. SU voluntad sobrenatural se impuso y se ofrecí al Prelado con toda decisión, impidiendo todas las actuaciones de sus familiares.

Personalmente y por el testimonio unánime de todo el pueblo, que políticamente estaba dividido, sé que la conducta de D. Cruz en Caspe fue la de un párroco ejemplar, lleno de caridad, celoso en el cumplimiento de todos sus deberes contados los parroquianos, buenos o malos, sanos o enfermos, religiosos o seglares, niños, adultos y ancianos, todos, mujeres y hombres. Todos ellos le tenían en concepto de un sabio en ciencias eclesiásticas, de un Párroco ejemplar y de un santo.

(…) Actualmente se recuerda en Caspe (…) el celo y la caridad de D. Cruz en relación con los pobres, con los enfermos y con todos los feligreses en general y en particular.

Se cuentan muchos hechos verdaderamente heroicos; (…)”. Una noche el sereno de Caspe, mientras hacía la ronda y el pueblo dormía, descubrió a D. Cruz llevando un colchón y varios objetos a la casa de un hombre enfermo.  No fueron pocas las familias que, igualmente por la noche, cuando nadie podía darse cuenta.

Con su dedicación y empeño conquistó el afecto y la estima de sus fieles, tan es así, que después de cuatro años en Caspe, al ser nombrado para un nuevo destino, el ayuntamiento lo nombró “hijo adoptivo y predilecto de Caspe”[2].

Nuevo destino: Parroquia de San Gil de Zaragoza (1916-1922).

En 1916 opositó en la ciudad de Zaragoza a un concurso como párroco. D. Cruz aprobó la oposición en primer lugar siendo enviado por el arzobispo a la iglesia de San Gil, en la capital de Aragón.

Como párroco D. Cruz visitaba frecuentemente a sus feligreses, de toda clase y condición. Procuraba estar informado de los problemas y las necesidades de sus fieles y estar siempre disponible para socorrer las necesidades de su parroquia. Su entrega sincera a sus feligreses en la preocupación por sus necesidades no impedían que aprovechara toda ocasión para entablar un coloquio espiritual y exhortar paternalmente a frecuentar la iglesia y los sacramentos.

Le dio un gran impulso a la catequesis en su nueva parroquia estableciendo las Conferencias de San Vicente de Paúl, promoviendo reuniones de estudio y ciclos de predicación, invitando a estas actividades a algunos sacerdotes e incorporando a su trabajo apostólico a un número cada vez mayor de laicos, sobre todo jóvenes.

Nombramiento de obispo de Cuenca. Consagración episcopal y entrada en la diócesis (junio 1921 – abril 1922).

Fue nombrado obispo de Cuenca el 23 de junio de 1921 al quedar vacante la sede por renuncia del anciano titular de esta diócesis Mons. Wenceslao Sangüesa y Guía.

La ceremonia de consagración fue presidida por el Cardenal Arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero, en la Basílica de Ntra. Sra. del Pilar el 26 de marzo de 1922,  Cuarto domingo de Cuaresma o domingo Laetare.

A la semana siguiente, el día 2 de abril se procede a la toma de posesión de la diócesis por medio del Decano de la Catedral de Cuenca, el Rev. Eusebio Hernández Zazo.

El día 8 de abril entra la capital conquense. Quien fuera director espiritual del Seminario Conciliar después de la guerra, D. Camilo Fernández de Lelis, describe así su entrada:

“Yo presencié la entrada, recordando el gran entusiasmo con que le acogió el pueblo entero (…), así como el saludo y exhortación por él dirigida al pueblo congregado en la Catedral glosando el texto escriturístico: Benedictus qui venit in nomine Domini”

El Rvdo. D. Constantino Gómez Montalbo narra así la entrada de D. Cruz:

“Fue una entrada apoteósica la suya en Cuenca. Numerosos arcos triunfales y gran entusiasmo del pueblo (…). Después de ocurrido, parece que caía bien el presagio que se le atribuye, y seguramente que el Sr. Obispo lo pensaría; claro que yo no lo oí”

La premonición que el último testigo refiere sobre el Siervo de Dios era en realidad una frase que ya había sido publicada en los diarios conqueses poco después de su llegada a Cuenca:

“Dios quiera que no le pase como a Nuestro Señor, que después del Domingo de Ramos, le venga su Viernes Santo”

Una de las frases que aparecieron en los periódicos durante esos días fue: “Calurosos vivas a Cristo lanzaron los que a los tres días lo crucificaron. Hosanna al obispo, que viva Laplana, no olvidéis que a Cristo lo mató el Hosanna”.

Gobierno de la diócesis de Cuenca (abril 1922-julio 1936)

El Beato Cruz gobernó la diócesis durante catorce años, de 1922 a 1936. Durante su episcopado consigue de la Sta. Sede que el Seminario Conciliar esté bajo su potestad, procurando reformar los estudios, la formación científica y espiritual, dando un reglamento par ala disciplina e interesándose siempre en primera persona de los problemas de la comunidad del Seminario.

Confinamiento y Martirio (18 de julio-8 de agosto 1936).

Reproducimos a continuación el testimonio de D. Sebastián Cirac pues en su trabajo contó con los testimonios de personas que estuvieron presentes en los acontecimientos:

“Cuando estalló el Movimiento Nacional el 18 de julio de 1936, contra el Régimen del terror, y los atropellos de los derechos divinos y humanos de los católicos, la ciudad y la provincia de Cuenca se hubieran alzado como un solo hombre en defensa de la Religión y de la Patria. Pero la falta de directores, la perplejidad de la Guardia Civil, la proximidad de Madrid y el armamento de los pertenecientes a los partidos maristas fueron las causas de que el Gobierno masónico, las Logias y Triángulos, y las Organización marxistas, dirigidas también por masones, establecieran un régimen de terror y de muerte, del cual habían e ser víctimas las personalidades más destacadas del catolicismo en la ciudad y en todos los pueblos, sobre todo los sacerdotes, los religiosos y los seglares más piadosos, así como las iglesias y todos los lugares sagrados.

La noche del 19 de julio de 1936 una cuadrilla de rojos armados obedeciendo órdenes del Régimen y de los Partidos marxistas cercaron el Palacio Episcopal de Cuenca montando una guardia permanente sin dejar entrar ni salir a nadie.

Dentro del Palacio se vivía con ansiedad ante las noticias confusas que se podían coger con un aparato de radio pequeño que poseía D. Fernando, y ante la actitud de la chusma armada. Después, en la puerta del Palacio estalló una bomba infernal, que había sido puesta por los marxistas. Una comisión y un emisario de la Guardia Civil, concentrada por el Gobernador en el Seminario, pudo llegar hasta el Sr. Obispo y le propuso que se disfrazase de Guardia Civil para marcharse con ellos; pero el Sr. Obispo agradeció la intención y rechazó la proposición que se le hacía, insistiendo siempre en su punto de vista: Yo no puedo marchar por temor al peligro; mi deber está aquí cueste lo que cueste.

El día 23 pudo entrar en el Palacio el Sr. Deán, que se ofreció a estar con el Sr. Obispo, pero éste le dijo: Yo tengo la obligación de hacer frente a la situación, por muy difícil que sea. El día 28 una cuadrilla de milicianos rojos armados penetró en la Casa Episcopal con intención de prender al Sr. Obispo, que se hallaba rezando en la capilla; al enterarse de lo que pasaba, consumió con reverencia las hostias consagradas que había en el Sagrario y salió tranquilamente al encuentro de los milicianos. Estos se llevaron al Sr. Obispo al Salón del Trono y le preguntaron dónde tenía el dinero, a lo cual respondió: Yo no tengo dinero.

Registrando allí, hallaron una caja fuerte con dinero y títulos del Patronato de Cubas, de la Diócesis, etc. Entonces le dijeron: ¿No decías que no tenías dinero? No tengo dinero, porque ése no es mío, sino de la Diócesis y de algunas Fundaciones.

Poco después, entre milicianos armados con fusiles, pasaban por la calle desde el Palacio Episcopal hasta el Seminario el Sr. Obispo con sus familiares D. Fernando, D. Manuel y Dña. Carmen, los cuales llevaban en pequeños hatos y en algún maletín la poca ropa blanca que los milicianos les permitieron tomar o llevar consigo. En todo esto la actitud del Sr. Obispo y de sus familiares fue serena y dócil, sin ninguna resistencia ni oposición.

«De la vida del Seminario recogí datos concretos y muy detallados del portero ya difunto, así como de otros sacerdotes, vivos todavía o di­funtos, y de algunos familiares de los sacerdotes allí custodiados, o de otras personas; algunos datos están detallados en el citado libro.

Durante su estancia en el Seminario, los sacerdotes y la Guardia Civil respetaron y guardaron al Sr. Obispo todas las atenciones de su alta je­rarquía; pero los marxistas, sobre todo en cuadrillas de milicianos armados, llamaron varias veces al Sr. Obispo, lo injuriaron de palabra y con toda clase de amenazas en la forma más cruel e ignominiosa. De esto fueron testigos el portero y otras personas. Tanto en estos casos como en el resto de la vida ordinaria el Sr. Obispo no perdió la sereni­dad ni el dominio de sí mismo, y parecía que a las injurias y a los peligros sonreía como mirando a los lejos.

Gran parte del día y de la noche se la pasaba de rodillas rezando en su habitación y también hablando con los sacerdotes, a los que infundía serenidad y confianza en la Providencia divina y aún fortaleza para morir por la fe y la dignidad sacerdotal, si Dios pedía este sacrificio»27.

«Una vez marchados los Guardias Civiles, el Seminario quedó a mer­ced de los  milicianos y de la chusma roja. En el Seminario pasaban los días llenos de angustias mezcladas con la esperanza del martirio en el sentido más auténtico y sagrado de la palabra; tenía el consuelo de poder celebrar la Santa Misa o comulgar, de rezar el Rosario y de guar­dar reservado el Santísimo. El Sr. Obispo infundía aliento a los demás y procuraba que en la mesa hubiera alegría y hasta buen humor; bende­cía con gran placer a los sacerdotes que podían marcharse. A veces le preguntaban los sacerdotes: ¿Qué tal Sr. Obispo? Y, sonriente y tran­quilo, respondía: Bien, renovando el acto de contrición a cada momento y pidiendo al Señor que me haga conocer en cada instante su voluntad y me dé fuerzas  para  cumplirla.

Así pasó el Obispo de Cuenca los últimos días de su vida precisa­mente en el Seminario que había constituido, juntamente con los sacer­dotes, el principal objeto de sus afanes y preocupaciones, sufriendo, orando y disponiéndose a sacrificar su vida por el Seminario, por la Diócesis, por España y por Jesucristo.

Tengo notas de testigos presenciales relativas al atropello que una vez hicieron objeto al Sr. Obispo milicianos y milicianas en el Semi­nario. Como un tropel de demonios, armados con fusiles y con pistolas y con aspecto feroz, irrumpieron entre gritos soeces y blasfemos en la rectoral donde moraba el Obispo, el cual los recibió tranquilamente y con dulzura, mientras aquellas furias blasfemaban y lo inundaban de los mas asquerosos improperios existentes en lengua española; el Sr. Obispo no perdió un instante la tranquilidad de su alma ni la serenidad de su rostro, sin hacer ninguna actitud, ni siquiera de temor ante las amenazas con las armas y con los puños. No tengo ninguna nota sobre si entonces llegaron a pegarle.

El hecho fue a la medianoche entre el 7 y el 8 de agosto de 1936. Cuando la cuadrilla de milicianos, enviada por las autoridades marxistas y masónicas de Cuenca, llamaron a la puerta del Seminario y les abrió el portero, le mandó a éste que llamara al Obispo. El portero trágicamente amedrentado, llamó a D. Fernando y le dijo: Que llaman al Sr. Obispo a la portería. D. Fernando llamó a la puerta de la habita­ción del Sr. Obispo y le comunicó lo que sucedía; después de un buen rato salieron los dos, sin duda después de haberse confesado y absuelto mutuamente, a juicio del mismo portero ya difunto, de quien recibí estas noticias que inmediatamente puse por escrito. Luego salió el Sr. Obispo acompañado de su Familiar D. Fernando con paso decidido y serena­mente al encuentro de la cuadrilla de milicianos armados que le espe­raban»

 «El Sr. Obispo y D. Fernando, rodeados por la cuadrilla de milicia­nos armados, salieron del Seminario y bajaron a la ante plaza, donde es­peraba el autobús preparado.

El autobús de la muerte partió de la ante plaza del Ayuntamiento y atravesó cautelosamente las calles de la ciudad (…) dirigiéndose al kilómetro 5 de la carretera de Villar de Olalla, en el cerro más arriba del Puente de la Sierra».

Allí los martirizaron.

Al día siguiente una carreta los llevó hasta Cuenca donde sus cadáveres fueron sepultados en una fosa común. Al finalizar la guerra D. Cruz y D. Fernando fueron exhumados el 16 de octubre de 1940.

En el año 2004 fueron llevados a su actual capilla de la Catedral donde permanecen dignamente enterrados.

 


[1] La totalidad de la biografía está tomada de la Positio presentada a la Congregación para las Causas de los Santos para la beatificación de los beatos Cruz Laplana y Fernando Español.

[2] Cf. CIRAC ESPOPAÑÁN, S., o.c., pp. 45-62.

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