El Sr. Obispo hace balance del año que termina y desea un ¡Feliz Año Nuevo! a todos los diocesanos

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Queridos diocesanos:

El año se encamina rápidamente a su fin; un año difícil que recordaremos durante mucho tiempo por la carga de dolor y de sacrificio que para muchos, y aún podríamos decir que para todos, ha comportado. A lo largo del mismo, nos hemos visto acechados por un enemigo invisible que, en cualquier momento, amenazaba con hacerse presente en nuestras vidas. El nuevo año nace con la esperanza de que la humanidad pueda rehacerse de su derrota, tan cara en vidas humanas, y vencer a la pandemia con la ayuda de la esperada vacuna.

El final del año hace más viva la inquietante experiencia de que la vida es ciertamente breve. El deshacerse de nuestra morada terrenal, como dice el Apóstol, va acompañado del imparable paso del tiempo, por más que sepamos que hay en nosotros una semilla de inmortalidad en la que no puede hacer mella. Pero la fugacidad de la vida se hace visible, toma forma, en el paso inexorable del tiempo. Lo que somos no se reduce a tiempo, pero, a la vez, es fruto del tiempo y parece diluirse en él. Alguien ha dicho que vivir es morir lentamente. Afirmar que el tiempo es breve y que la vida lo es igualmente se nos antojan frases intercambiables, y esto produce inquietud.

No se puede negar que el tiempo a nuestra disposición es breve y que, además, es incierto, pues ignoramos cuánto nos resta. Está en las manos de Dios, verdadero Señor del tiempo. Nos lo ha dado como un espacio más o menos prolongado para que hagamos fructificar los talentos recibidos, y esto nunca sucede cuando se usan solo en  beneficio propio. La vida, el tiempo que no se gasta en servir a Dios y a los demás, son tiempo y vida inútiles. No sirven a nuestro verdadero fin.

Recordar que el tiempo es breve nos ayuda a emplearlo para hacer rendir las cualidades personales y las ocasiones que Dios pone en nuestras manos. Se diría que uno pierde su vida, la malgasta, cuando la pone al servicio de Dios y se empeña en hacer el bien a los demás; pero, en realidad, al obrar así, la estamos ganando. Las palabras del Señor no dejan lugar a dudas: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35).

No podemos ser como el siervo inútil, perezoso y haragán del Evangelio, que desaprovecha el tiempo, la oportunidad que su Señor le da para que haga fructificar el talento que ha puesto en sus manos (Mt 25, 14 ss). Al cerrar el año, debemos preguntarnos por cómo lo hemos aprovechado, por el bien que hemos hecho a lo largo del mismo, por el ejemplo que hemos dado, por la felicidad que hemos creado a nuestro alrededor, por cómo hemos cumplido nuestras obligaciones personales, familiares, civiles y religiosas, por cómo hemos cuidado de los demás, por cómo hemos servido al Señor

El final del año es tiempo para dar gracias a Dios por los beneficios que nos ha dispensado, también por aquellos de los que no somos conscientes;  es tiempo para pedir perdón por nuestros pecados, por las ofensas hechas a los demás, de manera particular a los más cercanos; por las cosas que podíamos haber hecho mejor; por nuestra omisiones; por nuestra falta de compromiso; por no haber dado todo lo que podíamos; por habernos lamentado en exceso; por nuestras cobardías y faltas de generosidad.

Y es tiempo, también, para formular nuevos propósitos, seguros de contar con la ayuda de Dios. No es tiempo para quejas y lamentos estériles; es momento para un examen humilde, sereno, confiado, que haga germinar decisiones “posibles”, quizás pequeñas en apariencia, pero que suponen un paso adelante en nuestro caminar hacia el Padre que nos espera al término de la vida. Un año nuevo ha de ser ocasión para un renovado empeño de vida cristiana, fiándolo todo a la vez a la gracia de Dios; un nuevo desafío a nuestra fidelidad de hijos de Dios, empeñados en la edificación cristiana, paciente y pacífica, de este mundo. ¡Feliz Año nuevo!

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