Queridos diocesanos:
El 19 de marzo es el día en que la Iglesia honra de manera especial al Santo Patriarca San José, esposo de María y Padre de nuestro Señor Jesucristo, según la ley. En la misma fecha se celebra también el Día del Seminario, en el que la Iglesia pide con particular intensidad por todos aquellos que se preparan para recibir en su día el sacerdocio, e implora de la bondad divina el don de nuevas vocaciones que continúen el servicio de Cristo a la humanidad.
La figura de San José es muy querida por todos los cristianos, pues vemos en él la persona en la que el Señor confió para que fuera el fiel custodio de Jesús y de María. Resulta del todo lógico, por eso, que Dios lo enriqueciera con dones especiales para que pudiera llevar a cabo su misión de la manera más perfecta. Si fue encargado por Dios de custodiar a su Hijo y a su Madre, es comprensible que la Iglesia reconozca en él a su protector y patrono, y acuda a su intercesión en sus necesidades.
San José es, además modelo para todos los cristianos. Lo es por su abandono en las manos de Dios, por su total confianza en Él cuando su fe fue sometida a dura prueba. La superó sin rebeldías, sin quejas, sin preguntar a Dios los “porqués”, sin juzgar su proceder. Sencillamente se fio de Dios. Sencillamente no quiere decir que le fuera fácil, que el hecho de que el horizonte de su existencia se viera radicalmente alterado no le comportara dolor, zozobra y hasta una cierta angustia. Pero confió en Dios.
El santo Patriarca es igualmente ejemplo de obediencia rendida a Dios nuestro Señor, pues supo siempre acoplar perfectamente su voluntad a la de Dios. Así, lo vemos encaminarse a Belén, con su esposa a punto de dar a luz; dejar, después, la tierra de sus padres para ir a Egipto y proteger así al Niño del furor incontrolado de Herodes y, más tarde, pasado el peligro, establecerse de nuevo en Nazaret, donde viviría seguramente el resto de sus días llevando una vida ordinaria de artesano, que él santificó gozando de la presencia de Jesús y de María. La vida de José es la vida de un hombre de Dios que sirvió fielmente a sus planes.
El lema de este año para el Día del Seminario pone de relieve el ser y actuar del sacerdote como un servicio a la Iglesia que peregrina en este mundo, a la Iglesia que está en camino. Los sacerdotes somos conscientes de que, de acuerdo con el modelo que es Cristo, hemos sido ordenados no para ser servidos, sino para servir al Pueblo cristiano y dar la vida en rescate por muchos (cfr. Mt 20, 28); sabemos bien, en efecto, que el discípulo no puede ser más que su Maestro (cfr. Mt 10, 24). El sacerdocio ordenado es necesario para la vida de la Iglesia; es algo, por tanto, que concierne a toda la Iglesia, algo que interesa a todos. La Iglesia necesita de sacerdotes que renueven cada día el sacrifico pascual, que perdonen nuestros pecados y devuelvan la paz a los corazones, que alimenten las almas con la predicación de la Palabra, que escuchen, acompañen, guíen, consuelen, fortalezcan, curen, alegren, compartan, sean padres, hermanos, amigos, compañeros de viaje… ¡Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino!, bien dentro del pueblo de Dios y a la mano de quienes sueñan un mundo transformado en Reino de Dios.
La Iglesia necesita de nuevas vocaciones que trasmitan esperanza; que infundan optimismo; que vivan la alegría de darse y de servir a Dios y a los hermanos; que ofrezcan el testimonio luminoso y vibrante de una vida nueva que testimonie el amor infinito de Dios por cada uno. Pidámoslo a Dios en esta fiesta de San José. Pidamos el don de la vocación sacerdotal para muchos jóvenes que, ilusionados, acojan gozosos las palabras de Jesús: ¡Ven, sígueme!
