Querido diocesanos:
Los Obispos españoles de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social han hecho público el Mensaje para la solemnidad del Corpus Christi, Día de la Caridad, que la Iglesia celebra el domingo 19 de junio. El Mensaje lleva el sugerente título: De la adoración al compromiso, que nos invita a la reflexión.
Cada uno de los términos del citado título tiene grandísima importancia para el cristiano. La adoración, la actitud y los gestos de adoración, pertenecen al núcleo central de la praxis cristiana. Cuando Dios revela a Moisés su voluntad, y esta queda grabada en las tablas de piedra, la Escritura dice: “Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra” (Ex 34, 8); y cuando Dios se manifiesta a Moisés en el monte Horeb y el hombre de Dios se acerca a la zarza que arde sin consumirse, el mismo Señor le ordena quitarse las sandalias en señal de sumo respeto, porque: “el sitio que pisas es sagrado” (Ex 3, 5). El salmista invita a todo el pueblo a reconocer a Dios, diciendo: “Entrad postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor creador nuestro” (Sal 95, 6).
La adoración expresa reverencia y respeto ante algo (alguien) que nos sobrepasa, que está por encima de nosotros, que no podemos controlar o dominar; pero, al mismo tiempo, manifiesta, amor, acatamiento, obediencia. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la adoración se encarna, toma cuerpo o forma en los gestos de “postrarse”, “arrodillarse”, “inclinarse”. Es fácil recordar a este propósito, entre tantas otras, la escena evangélica en que Pedro, tras la pesca milagrosa, se postra a los pies de Jesús (Lc 5, 8); o aquella otra en que la mujer cananea pide a Jesús que cure a su hija enferma, se le acerca y se postra ante él (cfr. Mt 15, 25).
En la solemnidad del Corpus Christi los cristianos nos postramos, nos arrodillamos con devoción ante Cristo, Verbo de Dios hecho carne, presente real, verdadera y sustancialmente en la Hostia Santa, oculto bajo las sagradas especies del Pan y del Vino. Nos postramos sin rebozo alguno, porque: “no está en contra de la dignidad, de la libertad y de la grandeza del hombre doblar la rodilla, vivir la obediencia ante él, adorarlo y glorificarlo” (Ratzinger). Muy al contrario. La fe reconoce con gozo, confiesa sin reserva alguna y adora la inefable presencia de Dios en la Eucaristía. Presencia que es consecuencia, del amor infinito de Dios por los hombres, que se nos entrega y se hace don que alimenta nuestras almas y nos da Vida. A la vez, la fe nos invita, suave pero vigorosamente, de manera permanente, a hacer de la propia vida regalo para los demás. El Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entrega por nosotros, nos mueve a imitarlo de manera que nuestra identificación con él se haga cada día más perfecta. Si la Eucaristía es el centro de la vida de toda la Iglesia, ella debe ser también raíz y culmen de la vida de todo cristiano.
El amor de Dios, derramado en nuestros corazones (cfr. Rom 5, 5), nos mueve al amor de los hermanos. El ejemplo de innumerables santos es el mejor testimonio de que la raíz última, más eficaz y fundamento del amor a los demás, es el amor eterno del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, que nos transforma en ofrenda permanente (Tercera Plegaria Eucaristía), es decir, que hace de nuestras vidas una “eucaristía”, don y entrega permanente al servicio de los hermanos. La Sagrada Eucaristía vivida como culto a Dios en espíritu y verdad (Jn 4, 24) se hace así, necesariamente, “compromiso”, propósito firme, obligación de hacer vida propia lo que celebramos.
Corpus Christi, Día de la Caridad, Día de Cáritas. Pidamos humildemente y de todo corazón al Señor, presente en la Sagrada Eucaristía, que la Iglesia entera y cada uno de nosotros, alimentados con su Cuerpo y su Sangre y superando nuestros egoísmos, crezcamos en el amor y en el servicio a los más necesitados, de manera que puedan vivir de acuerdo con su dignidad de hijos de Dios.