Homilía del obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, en el Domingo XXVII del tiempo Ordinario. 12 de octubre de 2025
La fiesta de hoy, Nuestra Señora del Pilar, patrona de este pueblo de La Melgosa, trae a la memoria una de la múltiples ocasione en que la Virgen ha intervenido en favor del pueblo cristiano. Según una antigua tradición, Santiago el Mayor habría sido el primero en predicar el Evangelio en la antigua Hispania. El apóstol, desalentado por los escasos resultados de su predicación, estaba a punto de cejar en la empresa. Pero entonces la Virgen vino en carne mortal hasta las orillas del Ebro para confortarle y asegurarle sobre los frutos de su trabajo de Apóstol. Como recuerdo del milagroso hecho, se habría levantado una pequeña capilla a orillas del río que, con el tiempo, la columna, se convertiría en el magnífico templo que hoy contemplamos. En él se conserva el pilar sobre el que habría posado sus pies la Virgen Santísima y que millones de fieles a lo largo de la historia han besado con devoción. Buscando ayuda o en acción de gracias acuden al Pilar de manera ininterrumpida los fieles de Zaragoza, de Aragón, de España y de las naciones de la América hispana. Así lo testimonian los mantos que cubren la diminuta imagen de la Virgen y las banderas presentes en la basílica.
Hoy la recordamos, la veneramos y, unidos a los millones de españoles y de americanos que acudimos a su patronazgo, pedimos por las tierras, los hombres y mujeres de España, pidiendo por la paz y prosperidad en nuestra patria, por la fidelidad a la fe recibida de nuestros mayores, alumbrada a orillas del Ebro con la predicación del apóstol Santiago, amparado y sostenido en su empeño evangelizador por la Virgen María. Sobre su pedestal en la basílica del Pilar sigue y seguirá cuidando maternalmente para que se mantenga la misma fe que anunció el Apóstol.
Necesitamos su ayuda hoy como entonces, porque la evangelización, la misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos. No acaba nunca: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio, no acabó con aquel primer anuncio. Es tarea que ha de cumplirse en el sucederse sin pausa de las nuevas generaciones. Ni la paz, ni la prosperidad, ni el bien ni la virtud, ni la fe se obtienen de una vez por todas; son objeto permanente de conquista. Nadie, nunca, ni las personas, ni las familias, ni los pueblos o naciones, pueden dormirse en los laureles de logros pasados. O se reverdecen continuamente o se agostan, se refugian en la historia, y tarde o temprano terminan por ser olvidados, cuando no traicionados. Y las ruinas solo inspiran melancolía, tristeza, y tantas veces, desánimo.
La Virgen María en lo alto de su pilar es garantía de fidelidad, infunde seguridad en momentos de confusión, proporciona convicción en fases de desconcierto; brilla como luz hermosa y claro día en periodos de incertidumbre. Y los nuestros, como otros en la historia, algo o mucho tienen de ello, sin que falten, ciertamente, logros en todos los campos de la vida que nos enorgullecen; pero parecen olvidadas doctrinas seguras, pasan por modernos errores antiguos, se aceptan como “normales”, más, como ideales comportamientos dudosos cuando no abiertamente deshonestos y reprobables, y, perdido el norte y la luz de la verdad, “todos los gatos son pardos”, nada, como dice el poeta, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.
Los últimos Papas nos lo vienes recordando con insistencia, se impone una nueva evangelización, una renovada proclamación de la verdad del Evangelio, el anuncio de Jesucristo, nuestro Señor, que es camino, verdad y vida. Sin miedos, sin apocamientos, sin ceder a modos de pensar y de actuar de aparente novedad, pero que no brotan de la tierra que ha dado sus mejores frutos en nuestra historia.
La Virgen del Pilar nos invita a ser fuertes en la fe, bien arraigados en la esperanza, activos en la caridad. Nuestra fe cristiana, leía hace unos días “no se reduce a su legado histórico; constituye una fuente de valores que enriquece nuestra identidad, fortalece nuestra libertad e ilumina nuestro futuro”. Así lo creo también. Las verdades pequeñas, si es que lo son, los ideales de corto alcance, las metas de poca altura, los proyectos cicateros de escaso alcance ni encienden los corazones ni provocan el pensamiento para que den lo mejor de sí. Son las empresas grandes las que despierta energías nuevas, convocan y unen a los hombres de buena voluntad. Esta fiesta de la hispanidad nos lo recuerda. Como Cervantes dijo de la batalla de Lepanto, también de la empresa americana se podría afirmar con igual sino mayor razón que fue “la más alta ocasión que vieron los siglos”.
La fe cristiana no es un peldaño superado en la historia de la evolución de la cultura humana, que no tiene nada que decir en nuestro tiempo de enorme progreso científico y técnico; no es cierto que haya cumplido ya su cometido y que no tenga nada que aportar hoy a nuestra cultura secular, al mundo de la política, del derecho, de la empresa, de la economía, de la educación, de los grandes retos que tenemos planteados. Diría, sin miedo a equivocarme, que esos mundos y retos nos están esperando, siguen y seguirán esperando la luz de Cristo y la acción de los cristianos. El pilar firme, fuerte, entero a pesar del paso de los siglos, sobre el que la Virgen se asienta, nos asegura que, como un magnífico jurista ha escrito, “merece la pena apostar por el cristianismo” y empeñarnos en cumplir la misión que Cristo nos confió: instaurar el reino y la paz de Cristo en los corazones de los hombres y de la misma sociedad.
Si los cristianos, nosotros, somos sal que no pierde su sabor y no ocultamos la lámpara bajo el celemín, veremos como la verdad de Cristo ayudará a que, por vía no de imposición sino de iluminación, surja o se consolide una sociedad más respetuosa, más auténticamente libre, más comprensiva, más familiar, más pronta al perdón, más justa, más solidaria…, más cristiana.
Que la Virgen del Pilar nos guie como faro luminoso, como referencia segura en nuestro caminar cristiano, y que por su intercesión los hombres y mujeres de España conserven integra la fe y la proclamen con su palabra sincera y con su coherencia de vida. Amen.