Homilía del Sr. Obispo el Viernes de Dolores: «No nos dejemos hundir en la amargura, en la desesperación o en la resignación. No somos indiferentes para Dios.»

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Viernes de Dolores, 3 abril 2020

Queridos diocesanos:

Nos acercamos a la Semana Santa en un ambiente bien diferente del que solía presidir estas mismas fechas en años pasados. Tradicionalmente en el día de hoy, Viernes de Dolores, muchos conquenses se acercan al Santuario de la Virgen de las Angustias, Patrona de la diócesis, para venerarla con devoción. Y en la tarde de este día, a esta misma hora, solemos celebrar allí, cada año, la Santa Misa a la que asisten  los miembros de la Excma. Diputación Provincial, y a la que no falta un buen grupo de fieles. Este año en que la pandemia nos obliga a suspender costumbres inveteradas, a interrumpir tradiciones arraigadas, no he querido dejar de celebrar la Sagrada Eucaristía, aunque este año sea aquí en la Catedral, en lugar y circunstancias distintas de las habituales.

 

La piedad del pueblo cristiano ha dedicado tradicionalmente este viernes de la quinta semana de Cuaresma a meditar y contemplar los dolores y sufrimientos de la Virgen María causados por la Pasión de su Hijo Jesús, que fue también la suya. La liturgia de la Iglesia, junto a la oración Colecta propia de la Misa de hoy, nos da la posibilidad de utilizar la que acabamos de dirigir hace unos momentos a Dios Nuestro Señor. En dicha oración, la Iglesia, que en este tiempo imita a María en la contemplación de la pasión de Cristo, hace dos peticiones. Pide, en primer lugar, que los cristianos nos adhiramos más firmemente a su Hijo Jesucristo, es decir que unamos nuestra voluntad a la suya. Él no quiere otra cosa sino el cumplimiento de la voluntad amorosa del Padre. Pues bien, la Iglesia pide que esa adhesión de los cristianos sea cada día más firme. Sabe ella que en la aceptación de la voluntad del Padre consiste la santidad. Aceptación que es fruto del amor, única fuerza capaz de fundir los corazones, de modo que ya no tengan más que un solo pensar y un solo querer.

 

La segunda petición de la Iglesia en su oración de hoy es que todos los podamos llegar a la plenitud de la gracia, es decir, que llevemos a perfección el don recibido; la gracia y el don de nuestro Bautismo y de nuestro sacerdocio común o ministerial. Como hizo María. Ella cumplió hasta el final su vocación de Madre y a los pies de la Cruz ofreció la propia vida con su Hijo. Culminó así su sacerdocio común al mismo tiempo que su Hijo,Sumo y Eterno Sacerdote, entregaba su vida al Padre comoholocausto de suave olor. También María pudo decir en aquellos momentos haciendo eco a las palabras de su Hijo: “todo se ha cumplido”. Todo como Dios había dispuesto en su providencia amorosa.

 

Las palabras del Salmo  17: “En el peligro invoqué al Señor, y El me escuchó”, con las que hemos hecho eco en nuestras almas a la primera lectura, resuenan con acentos nuevos en las dolorosas circunstancias por las que estamos atravesando. Sobre la base de esa inconmovible certeza: ¡El me escuchó!, este es tiempo de rezar, de elevar el corazón a Dios acudiendo a su infinita misericordia.Tiempo de rezar, seguros de que nuestra oración no cae en el vacío. Es oída, más, es escuchada  y atendida. Nuestro Dios tiene el poder y la voluntad de escucharnos. Y si es verdad que el universo tiene sus leyes, eso no significa que no esté sometido al poder del amor de Dios. Así lo testimonia todo el Evangelio. ¿Recordáis? Tras la tempestad calmada: “Los hombres se decían asombrados: ¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mt 8, 27). Tengamos la osadía de orar, de pedir a Dios.

 

Queridos hermanos: No nos dejemos hundir en la amargura, en la desesperación o en la resignación. No somos indiferentes para Dios. Confiemos en Él en estos difíciles momentos. Un hombre, una mujer creyente, es, se ha dicho,  un hombre o una mujer orante. Lo cual significa que es alguien que espera, que sabe esperar; que sabe que Dios es nuestro Dios y que nosotros somos su pueblo; que sabe que no le somos indiferentes; que sabe que el mundo “no se le ha ido de las manos”; y que sabe también que la oración debe ser humilde para ser verdadera. ¡Qué  bien lo decían aquellos jóvenes cuya historia narraba la primera lectura del pasado miércoles: “Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, ¡oh rey!, de tus manos. Y aunque no lo hiciere, que te conste, majestad, que no veneraremos a tus dioses”.

 

No decaigamos pues en nuestra oración humilde, confiada, perseverante. Que Nuestra Señora la Virgen de las Angustias la haga suya y la presente ante el Dios de las misericordias.

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