El Cuerpo Nacional de Policía ha celebrado un año más, la festividad de su patrón, los Santos Ángeles Custodios. El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, les ha acompañado en este importante día oficiando la Santa Misa en la capilla del Espíritu Santo de la Catedral. A la misma han asistido diferentes autoridades militares, religiosas y civiles.
Por su función de protección, los Santos Ángeles Custodios fueron designados como los patronos del Cuerpo Nacional de Policía. Esta relación es una analogía perfecta, ya que, así como los ángeles custodian a las personas, la Policía Nacional vela por la seguridad de los ciudadanos, protegiendo el orden y la justicia.
Después de la Santa Misa se ha celebrado el acto institucional en la desacralizada iglesia de la Merced, actual biblioteca y salón de actos del Seminario San Julián de Cuenca.
Homilía del Sr. Obispo:
Sra. Subdelegada del Gobierno, Comisario Jefe Provincial, autoridades, miembros del Cuerpo de la Policía Nacional, un cordial saludo.
Quizás a más de un cristiano le puede sorprender la afirmación de que la existencia de los ángeles pertenece a las verdades fundamentales de nuestra fe. Pero es así. No en vano al proclamar cada domingo el Credo, decimos: Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Por cielo como contrapuesto a tierra, y por lo invisible en contraposición a lo visible, entendemos justamente los seres angélicos, invisibles, espirituales, fieles servidores de Dios.
De su existencia y acción benéfica nos habla repetidamente la Sagrada Escritura con modos de decir que no son los nuestros, pero que no se puede negar que están haciendo referencia a unos seres, misteriosos, pero reales. Por no mencionar más que el Nuevo Testamento que narra la vida de Jesús y de la Iglesia primitiva, los ángeles comparecen en la Anunciación, en Belén comunicando a los pastores el nacimiento de Jesús, en el desierto tras los 40 días de ayuno del Mesías, en el diálogo nocturno de Jesús con Nicodemo, en el Huerto de los Olivos, anunciando la Resurrección a las santas mujeres, en el momento de la Ascensión del Señor a los cielos y, repetidamente en los Hechos de los Apóstoles. En el Evangelio que se ha proclamado hace unos momentos es Jesús mismo el que habla de los ángeles: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial”.
No se puede decir, pues, que la Biblia hable de pasada o raramente de los ángeles. Y hoy, cada vez que se celebra la Santa Misa, en el Prefacio se concluye siempre con una fórmula que dice: “Por eso, Señor, nosotros llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y todos los santos diciendo: Santo… Y cuando rezamos por los que acaban de fallecer, pedimos: Al Paraíso te lleven los ángeles… Así que, desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está protegida por la custodia e intercesión de los ángeles. San Basilio el Grande se refiere en concreto al Ángel Custodio diciendo: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como patrono y pastor para dirigir su vida”. Si existen y son amigos que cuidan y protegen, haremos bien en acudir a ellos con sencillez pidiendo su intercesión.
Antes, no sé si ahora también, a los niños se les enseñaba a rezar todas las noches al Ángel de la Guarda antes de acostarse, invocando de ese modo su protección y guía. Como otras realidades de fe, la figura de los ángeles, en concreto del Ángel Custodio, se la relega hoy y se la pone junto con mitos vaporosos y consoladores; pero para el cristiano su existencia sigue siendo algo serio, un punto de fe. Y nos serán de mucha utilidad si sabemos aprovecharnos de su presencia en nuestras vidas, encomendándonos a ellos.
Para creer en ellos necesitamos la fe de los niños, la misma que usamos para aceptar tantas y tantas realidades humanas, intangibles, inimaginables, ocultas a nuestros ojos. ¿Necesitamos recordar a los sabios que nos hablan de los millones y millones de años, cientos, miles, de la historia de nuestro mundo o de los millones de galaxias que pueblan el firmamento?
El ciego, hermanos, se deja guiar por el que ve, y no se empeña en negar los obstáculos que no ve. El Evangelio que hemos escuchado, Jesús nos enseña que las apariencias, las medidas humanas, no siempre nos muestran la verdadera dimensión de las cosas y de las personas. Los verdaderos méritos de una persona no siempre son los que más llaman la atención, los más clamorosos o ruidosos.
Jesús nos invita a hacernos como niños si queremos ser grandes, los más grandes en el reino de los cielos. Es una doctrina que se puede prestar a equívocos. No los sufriremos si entendemos que ser o hacerse como un niño no es lo mismo que ser infantil. No es inmadurez, ignorancia, torpeza; al proponernos hacernos como niños, no se quiere recomendar a inconstancia, el ánimo veleidoso, el imperio del capricho; no se pone como modelo la inmadurez, la falta de discernimiento, la ingenuidad, propias de los niños. No se trata de quedar fijados en una etapa infantil.
Se trata, sencillamente, de adquirir la conciencia de que las cosas más grandes se nos dan como regalo: la vida, las dotes de cada uno, el amor de los que nos quieren bien. Se sugiere tratar a Dios con confianza, con desparpajo diría; de confiar, de no ser complicados, enrevesados, tortuosos; de ser agradecidos. Somos con frecuencia esclavos de una justicia entendida como un “do ut des” y necesitamos todos crear una atmósfera de gratuidad, convencidos de que es Dios quien nos salva, de que hemos de colaborar, sí, con nuestro empeño, pero conscientes de que el amor de Dios precede a nuestros méritos: Una madre quiere a un hijo porque es su hijo no, por sus cualidades o méritos. Lo que uno vale no se mide sin más por lo útil que resulta. Lo que un hijo da a su padre o a su madre, lo que un amigo verdadero te da, no es tanto el bien que te reporta, sino el simple hecho de ser hijo, el sencillo hecho de ofrecer amistad.
Que los ángeles custodios, fieles servidores de Dios, auxilio en la vida de los hombres, os protejan y guarden de los peligros que en el desempeño de vuestro servicio a la sociedad pueden amenazaros. Que así sea.