Querid@s amig@s:
El tiempo de Pascua para los primeros discípulos de Jesús supuso un volver a aprender a seguir a Jesús. En el evangelio de Marcos el ángel en la tumba vacía encarga a las mujeres que den a los discípulos un mensaje: «No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: «Él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo».
Ahí se encuentran los discípulos. Han vuelto a Galilea y han vuelto a sus quehaceres de pescadores. Allí notan el gran vacío en el que los ha dejado Jesús. Se encuentran de nuevo donde comenzó todo. El corazón de Pedro y el de los Zebedeos repasan y recuerdan lo que vivieron allí con este hombre tan excepcional. La nostalgia se apodera de sus corazones. Pedro probablemente pudo decir a sus amigos: «En este mismo lugar… ¿Recordáis? Aquí lo conocimos mientras pescábamos. Aquí nos invitó a ser sus discípulos. Aquí escuchamos aquella invitación tan diáfana: ‘¡Sígueme!’ ¡Y ya veis! Solo nos quedan recuerdos y nostalgia». Al menos Jesús consiguió unirlos. Ahora ya no pescan por su cuenta, sino que van juntos y se ayudan. Pero sin Jesús ya nada es igual. Ni siquiera pescan esa noche.
Y de repente, ahí, en su quehacer cotidiano, en la Galilea donde todo comenzó, se hace presente en medio de ellos un desconocido, cuya palabra obedecen: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Esa palabra les cambia todo: la red se llena y reconocen al Señor. Lo descubre el discípulo que Jesús tanto quería. Será el compartir la mesa de nuevo lo que les abrirá los ojos a los discípulos. Siete discípulos, toda la iglesia, como siete son las iglesias a las que el vidente Juan escribía una carta de parte del Resucitado la semana pasada en el libro del Apocalipsis. El Resucitado convoca a toda la iglesia a sentarse alrededor del pan y el pez. Otro símbolo de Jesús el Señor. Si tomamos la palabra griega para decir pez (IXZUS), tenemos un anagrama de cinco palabras: Jesús Cristo de Dios Hijo Salvador. (Junto al pan el pez se convierte desde el principio en un signo de Jesús el Señor. Los 21 mártires coptos que murieron degollados en las costas de Túnez a manos de los radicales del ISIS llevaban en su muñeca grabado un pez, una confesión de fe que les tatúan desde el mismo día del bautismo).
En torno a la mesa, la mesa compartida por todos y por toda la iglesia, después de escuchar la palabra cargada de vida del Señor, Jesús se hace presente y parte el pan y el pez, se da Él mismo. Y a la iglesia entonces se le abren los ojos y descubre la presencia viva de su Señor. El vidente Juan en la lectura del Apocalipsis de este domingo nos presenta una nueva visión que tuvo en aquel domingo: millares de vivientes que rodean un trono en el que se sienta Dios y junto al que hay un Cordero. En otro pasaje dice que es un Cordero degollado, pero en pie. Es Jesús Crucificado (=degollado), pero Resucitado (=en pie). Todos los que rodean el trono y al Cordero viven y cantan: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. En torno a la mesa donde Jesús se hace Palabra, Pan, Pez y Cordero toda la iglesia hace experiencia de su presencia viva y resucitada y entona la alianza al Dios que por medio de su Hijo muerto y resucitado da sentido a esta historia, puesto que Jesucristo es el único digno de abrir el cerrado libro de la vida y desvela los secretos de la historia. La entrega, el amor hasta el extremo, el perdón, la no violencia, en fin, el bien siempre tiene la última palabra y es la única que genera vida.
En ese contexto la Eucaristía cobra un significado nuevo que los discípulos empiezan a comprender. Pedro recibe de nuevo la llamada. (Ahora los discípulos saben que la Eucaristía no es una comida de amigos en la que Jesús se despide, sino que fue la comida en que Jesús anticipó su suerte, su entrega. Por eso quien come ahora la Eucaristía quiere compartir con su Señor su comida, es decir, su suerte, su entrega).
Otra vez junto al lago de Galilea Pedro escucha de nuevo al Señor decir: «¡Sígueme!». Ahora por tres veces, porque Jesús quiere resanar al discípulo que fracasó negando al Maestro por tres veces: Jesús quiere decirle a Pedro que cuenta con él a sabiendas de su debilidad y fragilidad. Siempre que Pedro fracase por sus propias fuerzas estará Jesús ahí para volver a tenderle la mano y llamarlo de nuevo.
La Eucaristía de cada domingo debería ser para nosotros también algo similar. En torno a la Mesa donde Jesús se hace Palabra viva, se nos entrega en el Pan y el Vino y se nos da como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, también el de cada uno de nosotros, los discípulos de Jesús hoy. Tú, yo, y todos los que comparten con nosotros la fe, estamos llamados a comulgar, a participar de esta comida que el Maestro nos prepara y nos ofrece, a participar también en su suerte y en su entrega para anunciar y obrar en el nombre de Jesús, como los primeros discípulos. En fin, para ser testigos del Resucitado con nuestra vida que se entrega impulsados y movidos por el Espíritu que Dios da a quienes le obedecen, es decir, a aquellos que lo escuchan y obran conforme a lo escuchado.
Que nuestra Eucaristía sea hoy experiencia de nuevo de nuestra llamada a seguirlo, que cada uno volvamos a escuchar de labios del Maestro: «¡¡¡Tú, sí tú, sígueme!!!». Que en la Eucaristía vivamos el encuentro con el Resucitado que nos sigue dando su Espíritu para salir y gastarnos por la construcción de un mundo mejor.