Queridos diocesanos:
Este año la celebración del Día del Seminario tiene lugar en una fecha desacostumbrada. No es difícil descifrar el motivo. La pandemia nos está obligando a cancelar fechas o trasladar eventos o celebraciones, a limitar la asistencia a los mismos y, en cualquier caso, a observar unas medidas de seguridad que condicionan en no pocos casos nuestros actos. También este Día del Seminario se ha visto afectado por el mismo fenómeno. Este Día,que se viene celebrando tradicionalmente el 19 de marzo coincidiendo habitualmente con la solemnidad de San José, patrono de las vocaciones sacerdotales, fue trasladado, por decisión de la Conferencia Episcopal, al 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción.
El Concilio Vaticano II recordó a los cristianos el deber que a todos corresponde de preocuparse por las vocaciones sacerdotales, y de orar y trabajar para que nunca falten en la Iglesia. “Enséñese, dice, a todo el pueblo cristiano que tiene obligación de cooperar de diversas maneras, por la oración perseverante y por otros medios que estén a su alcance, a fin de que la Iglesia tenga siempre los sacerdotes necesarios para cumplir su misión divina” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ministerio yvida de los presbíteros,11). La preocupación por las vocaciones sacerdotales y el empeño que todos debemos poner en favorecer el clima necesario para que la vocación divina arraigue en el corazón de los jóvenes, es consecuencia de la conciencia que la Iglesia tiene de que su renovación “depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes”, y de “la trascendental importancia que tiene la formación sacerdotal” de los candidatos al sacerdocio (Concilio Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal, 1). Estas palabras del Concilio ponen bien de relieve el gran alcance que concede a las vocaciones sacerdotales y a la formación que reciben en el Seminario.
Es cierto, podemos decir parafraseando a Agustín, que el sacerdote, antes que nada, es un discípulo de Cristo, un cristiano entre otros cristianos, un fiel más; pero por ser, al mismo tiempo, Pastor del pueblo de Dios, ha recibido el alto don del sacerdocio para servir a ese mismo Pueblo en comunión con su Obispo y el Romano Pontífice. Su ministerio no es motivo de orgullo ni de vana gloria, sino servicio fiel a Cristo, Sumo Sacerdote, a quienes se confiesan sus discípulos y aun a todos los hombres.
Por ser el sacerdote, antes de nada, un cristiano, y puesto que la familia y la comunidad cristiana son los lugares en los que tienen lugar el crecimiento y desarrollo de la vocación cristiana, se entiende bien que estos jueguen un papel decisivo en la pastoral vocacional. Familias y comunidades cristianas “vivas” y “misioneras” constituyen el ambiente natural en el que, de ordinario, tiene lugar el encuentro del joven con Cristo que sale a su encuentro y lo llama. Como dice Papa Francisco: “Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas (cfr. Evangelii gaudium,107)”
El lema de este año para el Día del Seminario: Pastores misioneros, pone de relieve dos dimensiones fundamentales de la formación de los futuros sacerdotes. Como pastores deberán cuidar de quienes han recibido la fe y forman parte de la Iglesia, alimentándolos con la Palabra de Dios y los Sacramentos, y guiándolos por el camino de la santidad. Para eso necesitan adquirir una rica formación humana y doctrinal, espiritual y apostólica; ser dóciles al Espíritu Santo que habita en sus corazones y aspirar seriamente a la santidad en el ejercicio del ministerio. Como misioneros deben pedir y adquirir la audacia necesaria para anunciar a los que están lejos la novedad del Evangelio, sabiendo que tendrán que ir a veces contracorriente (cfr. Evangeliigaudium, 259).
Pido a todos que en este Día del Seminario redobléis vuestras oraciones por las vocaciones sacerdotales y por el Seminario en el que se forman. Os agradezco también la colaboración económica que podáis prestar en favor de esta tarea vital para la Iglesia.
