Carta del Sr. Obispo: «El mayor servicio que podemos hacer a los hombres, el acto más valido de amistad consiste en orar por ellos»

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Domingo de la Ssma. Trinidad. Jornada pro orantibus

Queridos diocesanos:

Una de las imágenes evangélicas más entrañables de Jesucristo lo representa sumido en profunda oración en la presencia del Padre, en conversación íntima con Él. ¡Jesús orante! En el Evangelio aparece en repetidas ocasiones entregado a la oración. Noches enteras contemplan ese diálogo misterioso, encendido, de tú a tú, de Jesús con su Padre. Se podría decir que el centro de la intensa actividad evangelizadora del Señor lo constituyen sus noches de oración en la soledad del monte. Las jornadas extenuantes en las que recorre las tierras de Galilea y de Judea, predicando a las multitudes, que no le dejan tiempo ni siquiera para comer, encuentran su centro en la oración prologada, silenciosa, serena, viva, en sus diálogos nocturnos con el Padre. La soledad del monte será testigo de la oración en la que resuenan, concretos, los nombres de aquellos doce que serán sus Apóstoles; en el monte, donde Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Santiago, ha subido “para orar” (Mt 9, 28), tiene lugar el milagro de la transfiguración; al el monte se retirará, él solo, cuando quieran llevárselo para proclamarlo rey (Mt 6, 15).

Como en la vida pública de Jesús, la oración ocupa también un puesto fundamental en la vida de la Iglesia, que ha recibido la misión de ir por todo el mundo, de anunciar el Evangelio y de bautizar a los que creen en él. La Iglesia es desde el principio una Iglesia orante: “Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios” (Hch. 4, 31).

Malhadadamente, a veces se han contrapuesto las figuras evangélicas de Marta y de María, como si representaran dos actitudes cristianas que se excluyen. Marta sería símbolo de la vida activa, azacanada en el desempeño de mil tareas, y, en cambio María sería la imagen de la vida contemplativa, de la vida entregada a la oración, como si oración y contemplación fueras realidades excluyentes. Nada más falso. El cristiano como la Iglesia, como el mismo Jesús, ha de cumplir la misión que el Padre le ha confiado y que exige al mismo tiempo la unión más estrecha posible con Él y la actividad misionera de la que nadie está dispensado.

El hecho de que hoy primen valores como la eficacia, la actividad, la competitividad, y que la vida sea un desbordarse de movimiento, de cambios y novedades continuos, ha hecho que disminuya el aprecio por la contemplación, el silencio y la oración, que justamente parecen definirse por su aparente ineficacia o inutilidad. Pero en realidad, el mayor servicio que podemos hacer a los hombres, el acto más valido de amistad consiste en orar por ellos, en llevar hasta la presencia del Dios vivo sus preocupaciones, sufrimientos inquietudes y problemas, sus alegrías y esperanzas. Esta es la tarea que han asumido las almas contemplativas, que transforman todo lo humano en oración, lo llevan a lo más alto y lo transforman en alabanza, desagravio o intercesión.

Los hermanos y hermanas nuestras que hacen de la oración y la contemplación el centro de sus vidas, continúan la oración de Jesús por la humanidad, el cual presenta ante el Padre las vidas de los hombres, para que las transforme en ofrenda agradable a sus ojos. Así la oración resulta ser la principal actividad del hombre.

En este domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro orantibus, la jornada por los que rezan por nosotros. Y lo hace con corazón agradecido, consciente del inmenso don que supone poder contar con miles de personas, sobre todo mujeres, que hacen de sus vidas una oración por sus hermanos y hermanas que peregrinan en este mundo. La Iglesia desea hoy pagarles con la misma preciosa moneda de la oración. Oración por su fidelidad enamorada; oración para que sus carismas sigan siempre vivos en la Iglesia; oración para que el Señor le conceda vocaciones, que son riqueza para la Iglesia y el mundo. Junto con la oración, me atrevo a pediros vuestra ayuda material, económica, en momentos en que también esos hermanos y hermanas nuestras sufren las consecuencias de la crisis económica.

 

 

 

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