El mensaje semanal del Obispo de Cuenca. 28 de Enero de 2017

El jueves día 2 de febrero celebraremos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, con la que la Iglesia quiere poner ante nuestros ojos esta estupenda realidad que si bien no es un elemento constitutivo o esencial de la Iglesia, sí que es un don precioso de Dios Nuestro Señor directamente relacionado con la santidad de la Iglesia. Podríamos decir que si bien la Vida Consagrada no es exigida por la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, sí que resulta especialmente importante para el “bien ser” o “buen ser” de la Iglesia.

La Iglesia aparecería bien distinta si faltasen los miles y miles de religiosas y religiosos que entregan generosamente sus vidas a Dios Nuestro Señor en bien de sus hermanos los hombres, ocupados en servicios diversos que van desde el campo de la enseñanza al de la atención a los ancianos, el cuidado de los enfermos, la presencia en las periferias de nuestra sociedad, en el mundo de la misión, etc. Si la santidad de Dios que inunda su Iglesia es infinita, la propia de los hombres y mujeres que la componen se vería decididamente reducida sin el testimonio de las vidas santas, a veces heroicas, de muchos religiosas y religiosos.

Cuando hablamos de Vida Consagrada nos referimos a la de aquellas personas que hacen profesión de los así llamados consejos evangélicos mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia, y se entregan, se consagran, así a Dios por un nuevo título, que se añade al de la consagración bautismal. Son hombres y mujeres que, movidos por el Espíritu Santo, siguen más de cerca a Cristo, se dedican a Dios totalmente como a su amor supremo y se entregan a su gloria, la edificación de la Iglesia y la salvación del mundo. Están llamados a alcanzar la perfección en este género particular de vida, se convierten en signo preclaro de la Iglesia y preanuncian la futura vida celestial.

Pienso que se podría decir sin exageración que el testimonio de la Vida Consagrada es un verdadero bien social, además de eclesial. Lo necesitamos de manera especial en una sociedad en la que con excesiva frecuencia prevalece el individualismo que ignora, se despreocupa o se muestra indiferente frente al dolor ajeno, y en la que muchas personas buscan de manera casi obsesiva y por encima de todo el placer que supone la satisfacción de los propios deseos. Los hombres y mujeres que consagran sus vidas a Dios y al bien de los demás son un necesario testimonio de que son posibles otros modos de vida para alcanzar la felicidad y la plena realización personal, y representan como una serena y muda advertencia frente a las ambiciones de poder, de dominio y de placer.

Aunque los hombres y mujeres de la Vida Consagrada rehúyen cualquier ostentación de sus vidas de entrega y servicio a los demás, la Iglesia con esta Jornada Mundial quiere poner sus vidas por un momento sobre el candelabro, para que sean vistas por todos y todos reciban la luz de su ejemplo y se sientan animados a seguir con mayor fidelidad al Señor.

El lema de la Jornada de este Año es: Testigos de la esperanza y la alegría. Los hombres y mujeres de la Vida Consagrada son testigos, testimonio vivo, de una Iglesia que quiere ser portadora de esperanza para todos y comunicadora de la alegría de la Buena Nueva del Evangelio. Al dar gracias a Dios por la Vida Consagrada pedimos para que sea siempre una realidad que, como ha recordado el Papa Francisco en alguna ocasión: Donde hay religiosos hay alegría; y que su testimonio de vida recuerde a los hombres que “Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comu­nidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida”.