Santos Manuel Ruiz y Compañeros

San-Manuel-Ruiz-y-companerosLos santos Manuel Ruiz y compañeros fueron martirizados en Damasco la noche del 9 de julio de 1860. Fueron beatificados el 10 de octubre de 1926 y canonizados el 20 de octubre de 2024 en Roma. Aunque ninguno de ellos es natural de Cuenca, al menos, cuatro de ellos pasaron por el Convento de Priego.

Con la desamortización del año 1836 los frailes franciscanos tuvieron que abandonar el Convento alcantarino de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca), pero años después, bajo los auspicios de la reina Isabel II, y con el deseo de mantener la presencia española en la Custodia de Tierra Santa, por real orden de 19 de octubre de 1853 se crea el Colegio de Misioneros Franciscanos y destina para ello el convento de San Miguel de la Victoria de Priego (Cuenca).  Tras muchas dificultades, la instalación de la comunidad se retrasó hasta julio de 1856, abriendo el Colegio para un máximo de 24 misioneros, ampliado a 36 a partir de 1861, números muy bajos para las peticiones que había.  Entre los frailes formados en Priego durante estos años se encuentran los santos Nicolás Alberca, Pedro Soler y Nicanor Ascanio. En septiembre de 1862 el Colegio de Misioneros fue trasladado a Santiago de Compostela.

 

Manuel Ruiz López

Nació en Martín de Ollas (Burgos) el 5 de mayo de 1804, en el seno de una sencilla familia rural, recibiendo los primeros rudimentos del latín en su pueblo natal e ingresando en los franciscanos, en el Convento de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca) en 1825. Ordenado sacerdote en 1830, fue destinado con otros diecinueve compañeros a las misiones de Tierra Santa, desembarcando en Jaffa (Israel) el 3 de agosto de 1831 y trasladándose pronto a Damasco para estudiar el árabe. Nombrado párroco de la iglesia de la Conversión de San Pablo, enfermó al poco, por lo que sus superiores lo enviaron al Convento de Luca (Italia) para restablecerse. Como no lo consiguió, marchó a España, primero a su pueblo natal y luego a la ciudad de Burgos, donde en 1847 fue nombrado profesor de Hebreo y Griego en el Seminario Diocesano. Deseando volver a la actividad parroquial, fue nombrado párroco de Para (Burgos), un minúsculo pueblo al norte de la diócesis, donde estuvo por muy poco tiempo, porque en 1856 decidió su vuelta a Damasco. En está última etapa se convirtió en superior de la comunidad y allí lo sorprendió la revuelta de turcos y drusos que segaron las vidas de los frailes de aquella comunidad, tenía 56 años.

Nicolás Alberca y Torres

Nació en Aguilar de la Frontera (Córdoba) el 10 de septiembre de 1830. Después de una juventud laboriosa y piadosa, y de prepararse en distintos lugares para el sacerdocio, vistió el hábito franciscano en el Colegio de Misioneros de Priego (Cuenca) el 14 de julio de 1856. Recibió la ordenación sacerdotal en 1858, de manos de Mons. Luis Amigó, y desembarcó en Jafa en febrero de 1859. Pronto lo enviaron a Damasco a aprender el árabe, siendo martirizado durante la revuelta de los drusos, tenía 30 años.

Pedro Nolasco Prudencio Soler Menéndez

Nació en Lorca el 28 de abril de 1827, en el seno de una familia numerosa. Su educación la inicia en la Escuela Caritativa de San Diego, en el convento de Nuestra Señora de los Desamparados (Lorca), perteneciente a los franciscanos descalzos. La ley de exclaustración de 1835 truncaría sus intenciones de continuar sus estudios religiosos, y la necesidad de aportar ingresos a su familia le llevó a buscar distintos trabajos, hasta que en 1856 se produce la apertura del Colegio de Misioneros de Priego. Allí ingresó Pedro Soler en la orden franciscana, profesando el 29 de septiembre de 1857 y siendo ordenado presbítero en 1858. Cumplido todo el período formativo, el 25 de enero de 1859, parte de España en dirección a Jerusalén y en la Pascua de ese año es enviado a continuar sus estudios al convento y colegio franciscano de San Pablo en Damasco. Allí moriría martirizado a la edad de 33 años.

Nicanor Gabriel Ascanio Soria

Nació en Villarejo de Salvanés e 1814 y siendo adolescente tomó el hábito franciscano en el convento de la Salceda (Tendilla, Guadalajara). La desamortización dio con él en la calle, como con otros muchos religiosos. Regresó a su villa natal y fue ordenado sacerdote incardinado en Toledo. En Villarejo desempeñó su ministerio pastoral como coadjutor de la parroquia y rector del santuario de Ntra. Sra. de la Victoria de Lepanto. Fue cura de Valdaracete y se conservan testimonios de sus predicaciones y novenas en Perales de Tajuña y Tielmes. También fue capellán de las Concepcionistas de Aranjuez. Tuvo contacto con la Madre Patrocino y se dice que ella misma le anunció que moriría mártir. Cuando se abrió el Colegio de Misiones de Priego (Cuenca), Nicanor ingresó en él volviendo a vestir el hábito de San Francisco. Fue enviado a Tierra Santa en 1860 y, después de visitar los Santos Lugares, pasó a Damasco, donde fue martirizado por los drusos a los pocos días de su llegada, cuando tenía 46 años.

Completan el grupo de mártires:

  • Fr. Carmelo Bolta Bañuls, sacerdote OFM, párroco, nacido el 29 de mayo de 1803 en Real de Gandía, Valencia, España. (†57 años)
  • Fr. Engelbert Kolland, sacerdote OFM, vicario parroquial, nacido el 21 de septiembre de 1827 en Ramsau, Salzburgo, Austria. (†33 años)
  • Fr. Francisco Pinazo Peñalver, religioso OFM, nacido el 24 de agosto de 1802 en la aldea de El Chopo de Alpuente, Valencia, España. (†58 años).
  • Fr. Juan Jacobo Fernández, religioso OFM, nacido el 29 de julio de 1808 en la aldea de Moire, Ourense, España. (†52 años).
  • Francisco Massabki, laico maronita, comerciante de seda.
  • Mooti Massabki, laico maronita, profesor en la escuela franciscana.
  • Raphael Massabki, laico maronita. hermano menor de Francisco y Mooti.

Relato del martirio

La comunidad de Damasco se hallaba compuesta por los padres: Manuel Ruiz, superior de la comunidad, Carmelo Bolta, párroco y profesor de árabe; Engelberto Kolland, coadjutor parroquial, Juan Jacobo Fernández, hermano franciscano, y Francisco Pinazo Peñalver, también hermano franciscano. En 1859 llegaron los nuevos moradores: Nicanor Ascanio, Nicolás María Alberca y Pedro Nolasco Soler, enviados para aprender las lenguas árabe y griega para su misión en Tierra Santa.

Gracias al trabajo misionero de los hijos de san Francisco, esta zona se había convertido en el barrio cristiano más próspero. Los drusos hicieron una incursión en Damasco, y asaltaron el convento de los franciscanos en la noche del 9 de julio de 1860. En el convento se habían refugiado tres cristianos maronitas, que fueron martirizados junto con ocho franciscanos. Eran los tres hermanos Francisco, Mooti y Rafael Massabeki, con su familia. Mooti era maestro parroquial, después de exhortar a sus alumnos a morir antes que apostatar, los puso a salvo.

Entre los religiosos, el primero fue Manuel Ruiz, que murió en el altar de la iglesia después de sumir el Santísimo Sacramento, le siguió Carmelo Bolta, que fue asesinado a golpe de maza; Engelberto Kolland, huyó saltando por una azotea y fue descubierto y lo mataron a golpes de cimitarra, también murió así Nicanor Ascanio. Nicolás María Alberca murió en el convento de un disparo en la cabeza. Los hermanos legos Juan Jacobo Fernández y Francisco Pinazo les rompieron la espina dorsal con una maza y después los atravesaron con un arma punzante. Todos los religiosos fueron conminados a abandonar su fe y al negarse los mataron. El último en afrontar el martirio fue el murciano Pedro Nolasco Soler. El padre Soler, al asegurarse de que los turcos drusos estaban reduciendo a sangre y fuego lo que encontraban en el convento, decidió refugiarse en la escuela. Entonces, tomando de la mano a un niño de doce años, llamado José Massabeki, hermano de Naame, e hijo de Mooti, maestro de la escuela parroquial franciscana, y a otro llamado Antonio Taclagi, dijo al primero:
—Ven conmigo, y si yo no entiendo bien lo que los turcos me dicen, tú me lo explicarás.

Mas, pensando el padre Soler que exponía a la muerte a aquellos niños, corrió a esconderlos en la escuela parroquial. Mientras ellos cruzan del convento a la escuela, a través del patio, fueron divisados por un turco, desde una azotea próxima al convento y los denunciaron. Y los turcos irrumpieron en la escuela.

Allí encontraron al padre Soler. Los drusos, agarrando del hábito por la espalda, y sin mediar palabra, arrastraron el cuerpo del religioso hasta el centro del aula. En este momento, sacando fuerza de la debilidad, gritó con fuerte voz: ¡Viva Jesucristo!

El jefe de la turba, Kaugiar, lo apremia con saña y sarcasmo:
—Pero, tú, que eres cristiano, puedes salvar la vida si renuncias a tu falsa religión y abrazas la de nuestro gran profeta Mahoma.

—No, «habibi», esto es, «amigo mío»; jamás cometeré tal impiedad. Soy cristiano y prefiero mil veces morir.

Los dos niños, desde la oscuridad donde estaban escondidos, contemplaron con sus propios ojos la crueldad con que se ejecutó el martirio: «superior al del padre Alberca», asegura uno de los testigos.

El padre Pedro Soler, para mostrar más claramente su inmutable determinación, se puso de rodillas e hizo la señal de la cruz, en actitud de ofrecer a Dios el holocausto de su vida. Luego, inclinando su cuello, lo ofreció al verdugo Kaugiar, jefe de los asesinos, el cual, según el niño José, le asestó una «gran cuchillada» con la cimitarra, cayendo al suelo boca abajo el cuerpo del Beato Soler. Los restantes correligionarios turcos se arrojaron sobre el cuerpo, consumando el holocausto a fuerza de crueles golpes en la cabeza y espalda. No satisfechos todavía, un joven componente del grupo asesino, apunta el otro niño, Antonio Taclagi, coronó el martirio del padre Soler, cortándole la cabeza y mostrándola, orgulloso, como un trofeo.

Sus cuerpos, restaurando el convento de San Francisco, fueron sepultados en el templo conventual en el que actualmente se veneran.

En 1872 comenzó su causa de beatificación, introducida en Roma en 1885. La pérdida de documentos producida por la Primera Guerra Mundial obligó a reiniciar los trabajos, creándose un nuevo tribunal en Damasco en 1922. Finalmente, el 10 de octubre de 1926 los ocho franciscanos y tres católicos maronitas seglares, víctimas de la misma persecución, fueron beatificados en la basílica vaticana por el papa Pío XI. Fueron canonizados el 20 de octubre de 2024 en Roma.

 

 

Ejemplos de santidad en nuestra Diócesis de Cuenca